31 de diciembre de 2015

Feliz 2016!

2015 ha sido una especie de Tour de Force en el que tan solo ha faltado una invasión alienígena (todavía no ha acabado esto) para completar un añito bastante exigente, en todos los aspectos.

Nuestras familias y amigos saben de nuestras "aventuras", así que de entre todos los "eventos" me remito tan solo al fantástico viaje a Estados Unidos este verano, visitando zonas como Nueva York, Nueva Orleans, Carolina del Norte y Virginia, en un nuevo intento por nuestra parte de salirnos un poco de las rutas más conocidas. Otra experiencia más que metemos en la mochila.

En cuanto a la fotografía, sigo practicando, aprendiendo, buscando mi estilo y haciendo algún que otro reportaje "amateur" del que recibo muy buen feeling, con algunas felicitaciones que, de verdad, me han llegado al alma.
Me hace muy feliz el saber que he conseguido tocar la fibra con mi trabajo.

"Progressa adequadament", se diría.

Este 2016 se presenta movido, muy movido, más de lo que alguno se cree, así que espero sobre todo que la salud acompañe, que se tenga trabajo (digno a poder ser), que se contamine menos (hagan el favor de reciclar), que no se abandonen mascotas en vacaciones, que nuestros amigos más íntimos sigan brillando como solo ellos saben hacerlo, que a DiCaprio le den el Oscar, que el chiquillo lo merece, que disfruten de las cosas por muy pequeñas que sean, que fomenten la educación, el civismo, el amor, la música, los libros, los juegos arcade, el vino y que viva Star Wars.


Take it All - Ruelle

22 de diciembre de 2015

Fargo T2

De nuevo el universo de los hermanos Coen aterriza (nunca mejor dicho) en nuestras pantallas en forma de 10 episodios que pretenden igualar o incluso superar la fantástica primera temporada que se marcaron de la mano de Billy Bob Thornton y Martin Freeman en FX, bajo la dirección de Noah Hawley.


Los acontecimientos nos sitúan a finales de los años 70,  Minnesota, en la pequeña localidad de Luverne, donde un accidente pondrá en marcha esa maquinaria tan característica de humor negro, sangre y personajes estrambóticos.

Siguiendo unas pautas parecidas a la anterior temporada, la historia se desencadena sin prisa pero sin pausa, sacando del letargo inducido en una sociedad puritana a unos habitantes cuyo destino se convierte en algo impredecible y a la vez vibrante, ya que la aleatoriedad de los acontecimientos son una de las grandes bazas de esta sangrienta historia.

Mientras estos personajes viven las extraordinarias situaciones que los sacan de su vida cotidiana, una serie de elementos oscuros, acostumbrados a la vida del hampa, se entremezclan en la historia para aportar ese toque canalla y animal, de reacciones primarias y ferocidad propias de  una época pasada, cuando las cosas se arreglaban a base de cañonazo y unidad familiar en el más puro estilo mafioso.

Es en esta mezcla tan interesante, donde los diálogos, la acción, el drama y el humor catapultan a la serie hacia el podio de las más grandes, sin olvidar una factura técnica tan jodidamente bien cuidada (a ver quién es el guap@ que se mete con su filtro "Instagram"), como esa facilidad de poner el título inicial siempre en el mejor lugar y en el mejor momento, o esos planos múltiples, ese enfoque desde el punto de vista más acertado....o esa tremendísima banda sonora, que de nuevo nos descubre y redescubre temas fantásticos, sin olvidar la sinfonía de Jeff Russo, que de nuevo ofrece esa extraña y mágica solemnidad.


Lo tenía difícil, pero parece que Fargo ha encontrado el camino acertado para ofrecer, mediante saltos generacionales cuya conexión es otro de los puntazos de la serie, temporada tras temporada, su dosis de calidad y sorpresas, permitiéndose incluso aportar elementos para retratar cambios sociales, crepusculares incluso en algunos aspectos, de la idiosincrasia americana.

Al final de la primera temporada se esperaba con ganas su segunda, ahora se espera con cierta ansiedad la tercera.

Un saludo.

18 de diciembre de 2015

Star Wars - Episodio VII. El despertar de la Fuerza

Son tantas las secuencias, los momentos épicos y el culto que se les profesa a las cintas clásicas de Star Wars, que probablemente ese nivel de exigencia jamás sea alcanzado por mucha trilogía nueva que llegue a estrenarse para los que mamamos desde muy pequeños las aventuras de Luke y compañía.
Es muy complicado transmitir esa sensación que puede provocar ciertas escenas debido a una conexión emocional fraguada durante tantos años.

Así que para los fans más acérrimos, a la pregunta de si está a la altura del universo Star Wars, la respuesta es rotundamente sí. Y como producto de entretenimiento para el espectador no familiarizado con este mundillo, cumple de sobras con su cometido.



Ha pasado tiempo desde la batalla de Endor, donde se puso fin al régimen opresor que controlaba la galaxia.
En un universo con evidentes signos de desgaste, una nueva fuerza militar, aprovechando los resquicios de ese imperio, pretende hacerse con el poder de nuevo.

Con un inicio made in JJ Abrams, pero sin llegar al nivel de epicidad del reboot de Star Trek 11, este nuevo episodio mima con tacto al fiel seguidor de la saga mientras introduce poco a poco elementos clásicos para conformar una historia cuyo esqueleto es prácticamente una condensación de los episodios IV, V y VI.
Esa estructura se ve potenciada con un muy buen ritmo, unos toques de humor acertados y por algunos momentos que son un regalo para el fan, con algún giro que dejará tocado a más de uno.


Abrams introduce además una serie de personajes nuevos cuyo eje central más llamativo se representa en forma del caballero oscuro de turno, como ya sucedía en parte en los "nuevos" episodios, cuya intención, además de darle a la saga una figura lo más cercana al villano por excelencia, es la de potenciar un elemento que siempre ha funcionado tremendamente bien, la del misterio alrededor de esos personajes, sus tragedias personales y dotarles de un futuro incierto lleno de aventuras, miedo, dudas, esperanza y esa débil línea que separa la luz de la oscuridad.

El director presenta una nueva historia que encaja perfectamente, reiniciando los engranajes y ofreciendo un tentador abanico de posibilidades, si a esto le añadimos que todavía quedan 2 cintas por estrenar para poder retorcer la historia y dar rienda suelta a esos característicos cliffhangers, el resultado se traduce en ganas de más, de mucho más.

Mucha acción, droides, momentos emotivos, una fotografía muy agradecida, como esos destructores enterrados en el desierto, toques de humor unido a cierta humanización de sus personajes, en especial a las tropas de asalto e incluso el villano principal, sin olvidar esas melodías tan características que nos pondrán tiernos cuando deben.

No debe relajarse el bueno de JJ, no obstante, pues se percibe también ciertas dudas a la hora de arriesgar, centrándose en una historia que en ocasiones va demasiado en paralelo con las clásicas, aunque esto no sea necesariamente un error.

Así que sí, la leyenda sale bastante revitalizada con esta nueva y digna entrega que formará un tándem fantástico con la trilogía clásica.

Un saludo.

30 de noviembre de 2015

El corredor del laberinto : Las pruebas

Continuación directa de la cinta de Wes Ball basada en la novela distópica de James Dashner.

Una vez superado el laberinto, el grupo de chavales se encuentra en un mundo post apocalíptico en el que deben sobrevivir.


Debo decir que la primera parte no me disgustó, es más, diría que me resultó un entretenimiento superior a los dos productos con los que compite de forma directa en esta moda de distopía teenager, Los juegos del hambre y Divergente.

Cierto es que bebe de los mismos problemas, esa sensación de tragedia para dummies, esos protagonistas tan encorsetados de cara a la galería, ese perfil tan lleno de clichés, ese guión tan insultantemente lineal y esos dramas torpes que no hacen sino ralentizar el ritmo de lo que a fin de cuentas pretende ser un maldito blockbuster. Dejemos la profundidad y el mensaje para otras obras más sesudas o vayan con todo a dar la estocada con algo rompedor, pero aquí ni lo uno ni lo otro.

De todas formas, una vez superado el trauma, como digo, aquella primera parte tenía ese aire de aventura y misterio con ciertas reminiscencias a la obra de William Golding, El señor de las moscas, cosa de agradecer aunque acababa resultando bastante más kumbayá y con mucha menos mala leche que las "aventuras" de Ralph y compañía.
En esta segunda parte se intenta mantener cierto suspense a base dosificar una historia que poco a poco va revelando sus aparentemente inocentes cartas, así como a introducir una serie de personajes que juegan con esa dualidad entre el bien y el mal.
Todo ello aderezado con paisajes apocalípticos muy del estilo Buronson-Hara y su First of the North Star con los inevitables habitantes a caballo entre Mad Max y Resident Evil, la que es más mala que el resto que son muy malas, la del desierto.

Cierta variedad de situaciones, entretiene lo justo sin llegar a hacerse demasiado pesada (para ver una vez, no más), un par de escenas con alguna fotografía interesante, algunos bichos que resultan un cruce entre los infectados de las cintas tipo 28 días y los clickers (o chasqueadores) de The Last of Us y un par de escenas que pretenden resultar duras o emotivas pero que no consiguen llenarnos porque, sobre todo en su parte final, resultan torpes, diluidas y predecibles, en parte porque los personajes secundarios han quedado muy desdibujados.

El cierre de la trilogía no resulta muy seductor, pero con algún giro y golpe en la mesa quizás pueda ser recordada con cariño.

Un saludo.

3 de noviembre de 2015

La sal de la Tierra

Una impactante fotografía en blanco y negro de las minas de oro de Sierra Pelada, Brasil, sirve como pistoletazo de salida de este documental sobre la vida y obra del fotógrafo brasileño Sebastiâo Salgado. 
Una captura sobrecogedora, hipnótica, narrada ya desde la experiencia que aportan los años, tras un viaje estremecedor por los rincones más inimaginables de nuestro planeta.


Wim Wenders y el propio hijo de Salgado, Juliano Ribeiro, dan forma a esta odisea que pretende recoger la historia de un hombre que llegó a la profesión de la fotografía de forma casual, nada innato, a través de una cámara destinada a su pareja en un viaje cualquiera.

A partir de este punto, volcará sus esfuerzos en dar a conocer al mundo una serie de reportajes que reflejarán desde la idiosincrasia del ser humano a través de actos históricos hasta los más impresionantes paisajes, en una etapa más crepuscular en busca de la belleza fruto del daño provocado en aquellos primeros años donde sus fotografías inmortalizaron momentos que quebrantarían la voluntad del más fuerte de los mortales.

Es en esa primera etapa, que abarca desde los años 70 hasta bien entrado el año 2000, donde descendería a verdaderos infiernos, retratando la hambruna, la guerra y la mezquindad del ser humano, sobre todo en el continente africano, y donde el corazón del espectador queda en un puño mientras el impacto visual de esas tomas en blanco y negro dan forma a una vida cuya "última" etapa no tiene más remedio que intentar cobijarse en su tierra, en sus raíces, para escapar de esas pesadillas.


Un viaje emocional del que el espectador, a pesar de no ser un entendido en la fotografía, es muy difícil que escape, entre otros motivos porque la narración se encarga de contarnos la historia que hay detrás de esa imagen estática, cuya figura nos mira fijamente a través de unos ojos anodinos en los que la vida se escapa. Tras unos segundos se nos explica su destino, y el silencio da paso a la reflexión y en ocasiones a una montaña rusa de emociones.

Es evidente que por mi afición a la fotografía, la cinta me ha cautivado, pero dejando de lado mi admiración por la calidad del trabajo de este hombre, es preciso destacar que la historia es fascinante, con un montaje cojonudo, con un ritmo que marca la intensidad de los momentos en su justa medida, un viaje rico en matices y situaciones, cuyo resultado es sencillamente brutal y toda una experiencia que recomiendo encarecidamente tanto para los que busquen inspiración, imágenes brutales (algunas son verdaderamente muy duras) o simplemente una historia humana digna de conocer.

Muy recomendable.

Un saludo.

27 de octubre de 2015

Del revés (Inside Out)

Pixar nos tiene ya acostumbrados a que cada vez que presenta una de sus obras remueve la consciencia y sacude el mundo de la animación.
Parece increíble que sepa reinventarse, pero esto es lo que vuelve a conseguir con un proyecto a priori "sencillo", tan simple como contar la historia de una familia que se muda de una ciudad a otra, pero el foco no estaba únicamente centrado en el drama familiar, sino que alguien pensó en retratar esa montaña rusa de emociones desde dentro, desde las propias emociones de la protagonista, convirtiendo un proyecto "simple" en algo, sencillamente, titánico.


Es cierto que en, por ejemplo, Toy Story, ya habíamos apreciado esa posible pérdida del eslabón que une la niñez con la adolescencia y a su vez con la edad adulta, mediante esos personajes que acompañan a los más pequeños de la casa en sus aventuras imaginarias y que ayudan a no perder esa chispa y vitalidad tan características, pero desde luego el enfoque en esta última cinta consigue enfatizar esos aspectos que allí quedaban ocultos, sin necesidad de cimentar la historia sobre baqueros, astronautas o Mr. Potatos, sino sencillamente mediante escenificaciones de su propio ser, como son la alegría, la ira, el asco, el miedo y la tristeza, amparados en el escenario más fascinante que pueda existir, nuestro cerebro, o el alma para los más bohemios.

Este escenario, se convierte en todo un caldo de cultivo donde tienen cabida infinidad de posibilidades, desde un prisma imaginario que los adultos son incapaces ya de recordar pero que en algún momento fue parte de su vida y cuya justificación que magníficamente retratada durante la historia.
Sin olvidar la trama, digamos "real", que sirve de hilo conductor y que regala algunos momentos sencillamente magistrales, a la altura de los mejores dramas. En especial el cierre, con una potencia emocional que traspasa la animación y casi se convierte en realidad.

Poco o nada malo se puede decir de ella, quizás a alguno le parezca demasiado simplista al reducir a un puñado de emociones la personalidad de un ser humano, o de presentar una familia ciertamente estereotipada, incluso alguno puede alarmarse por la imagen que se da sobre una ciudad como San Francisco, que parece perder por goleada frente a Minnesota por exigencias de guión, pero lo cierto es que también se puede alabar su capacidad para simplificar algo tan inabarcable como puede ser la mente humana durante un periodo de tiempo en el que se debe acostumbrar a un cambio importante que trastoca su hábitat, amistades y que le lleva a una dimensión de responsabilidades hasta entonces desconocidas.

Concentrar todo en una historia que fluya, entretenga y cierre de la forma en que lo hace, quizás deba ser suficiente para reconocer que es una verdadera obra maestra del cine animado.

Un saludo.


20 de octubre de 2015

La Cumbre Escarlata

Guillermo del Toro presenta una historia de terror gótico ambientada en el siglo XIX, bajo la influencia de los libros de Poe y el horror de Lovecraft.


Edith vive en Nueva York bajo la tutela de su respetado y adinerado padre, es una joven intelectual de tendencias bohemias que se verán potenciadas al conocer un enigmático lord inglés que pretende hacer negocios con su familia.

Del Toro consigue una ambientación y puesta en escena prácticamente intachable, una historia que se cuece lentamente, jugando de forma correcta con el espectador suministrándole poco a poco esa esencia de terror gótico, como si del universo de los estudios Hammer se tratase, en un mundo que poco a poco se vuelve decrépito y oscuro, mientras el horror intenta confundir nuestros sentidos apoyado en elementos más cercanos al cine contemporáneo en forma de espectros digitales.

Y aquí prácticamente acaban las bondades en esta nueva propuesta del director de Cronos Pacific Rim.

En más de una ocasión, él mismo ha comentado que su trabajo se divide, por un lado, en los productos enfocados al Hollywood más comercial, y por otro en los de carácter más personal.
En el primer grupo entrarían los Hellboy o Pacific Rim, cinta que por cierto es un blockbuster con cara y ojos, y en el otro encontramos esas obras de un calado más emocional, original y probablemente más en esencia de autor, como El espinazo del Diablo, El laberinto del Fauno o Cronos.

El problema de La Cumbre Escarlata es que parece jugar entre los dos mundos y consigue convencer en cierta medida hasta pasado su ecuador, pero se desmorona cuando pone la carne en el asador y debe justificar o darle forma a ese terror cimentado sobre un drama muy justo, casi anodino, de no ser por la correcta interpretación de sus protagonistas, en especial de Loki y su hermana Lucille, la solvente Jessica Chastain.
Es en ese momento en el que la ambientación sube enteros para resguardar las carencias de un guión que comienza a perder fuerza, mientras surgen los clichés y donde la cinta comienza a posicionarse peligrosamente en el lado más experimental, ese en el que se intenta dar un vuelco al terror clásico para acercarlo al contemporáneo, pero donde acaba por perder esa esencia conseguida hasta el momento, para acabar en un experimento algo fallido.

Un saludo.

14 de octubre de 2015

Film Symphony Orquestra

A pesar de que no suelo meterme en críticas musicales, no he podido resistirme a realizar una entrada sobre el concierto del pasado 12 de octubre en l'Auditori de Barcelona, a cargo de la Film Symphony Orquestra, un proyecto que pretende acercar la música del cine al gran público a través de una orquesta sinfónica compuesta por más de 75 músicos.



No domino la crítica musical, pero desde luego sí que me considero capaz de percibir, de entender y respetar un arte que se nos muestra como un regalo para los sentidos. En cierta medida, hay que reconocer, me ayuda un poco su relación con el mundo del celuloide.

Embutido en el traje que popularizó Keanu Reeves en la famosa trilogía de los Wachowski, Matrix, el director musical Constantino Martínez-Orts comenzó el show con el opening de Universal Pictures, como si de un Ectasy of Gold de Metallica se tratase, para dar paso al potente tema de Misión Imposible, donde la banda pudo mostrar cierto músculo y donde los ojos comenzaban a abrirse como platos, los acordes comenzaban a golpear los sentidos y las emociones comenzaban a aflorar.

Lo que precedió fueron cerca de dos horas y media de puro amor por el cine, de sacrificio, de coordinación, de belleza, en una orgía de sensaciones que te apalean desde las entrañas, recordando ese momento en el que veías por vez primera los Goonies hace tantísimo tiempo, o cuando vimos allá por el 93 una cabeza de dinosaurio moverse ante nosotros de una forma que jamás habríamos imaginado, mientras las emociones se disparaban en lo que aparentemente eran unas notas sin importancia, pero que quedarían grabadas en nuestra memoria y pasarían a la historia.

La complejidad, la cantidad de capas que puede llegar a tener una melodía que debe contar una historia, transmitir sensaciones, son algunas de las conclusiones a los que uno llega en muy pocos minutos, incluso tiene cabida cierta crítica a la hora de comparar temas como el de Doctor Zhivago, donde sencillamente la historia va de la mano de la música en una montaña rusa de emociones, hasta los Vengadores, donde prima la sencillez de un tema pegadizo, pero que queda retratado, muy a pesar del bueno de Alan Silvestri, ante monumentos como el de ET de John Williams o el citado de Maurice Jarre.


Comentar que el tema que me sorprendió debido a su complejidad fue el de Matrix, de Don Davis,  cuya velocidad, variedad y cambios de ritmo resulta endiablado.
En ese tema vi a alguno sufrir de lo lindo pasando páginas como un descosido, percibiéndose la exigencia de un tema que debía convivir en minoría, sin desentonar, junto al resto de piezas de la trilogía, cuyos géneros van desde el Techno al Metal.

Con los ojos vidriosos, debo reconocerlo, pasaron ante mi temas como el de Star Trek, Memorias de África o El bosque. Una maratón de recuerdos, de épica continua, hasta que llegó la hora de los bises, que se materializaron en la mítica pieza de Superman, de Regreso al futuro y, como colofón, Star Wars, donde el público, totalmente entregado, explotó en ovación y posterior aplauso unánime en una noche difícil de olvidar.

Un saludo.

12 de octubre de 2015

Sons of Anarchy

Decía Toni de la Torre en su libro "Series de culto" que Sons of Anarchy es una droga, que una vez te atrapa es imposible dejarla y olvidarse de ella. No puedo estar más de acuerdo con esa definición.


Aproximadamente un mes antes de nuestro periplo por Estados Unidos y sus carreteras, nos enganchamos a la obra de Kurt Sutter en la que se narra la historia de un club de moteros afincados en la ficticia ciudad de Charming, California.
Durante 7 intensas temporadas acompañaremos a este peculiar grupo en su cruzada por el imperio del tráfico ilegal de armas, drogas, burdeles y todo lo que tenga que ver con pasta rápida y en grandes cantidades fuera del sistema.

Y cuando digo intensas hablo en serio.

Podría decir que desde Lost no había estado tan brutalmente enganchado a una obra de ficción (por lo menos hasta su polémico final), donde los "what the fuck" son continuos, en una dimensión totalmente distinta pero con un magnetismo que iguala y supera a la obra de Abrams-Lindelof.

Aquí no entra para nada la ciencia ficción, pero no hace falta ya que, como se suele decir, la realidad supera muchas veces la ficción y sin duda en Sons sucede, continuamente.

Fue durante su cuarta temporada, tras el trigésimo quinto lío de mil pares de pelotas en los que se meten los protagonistas, cuando sin darme cuenta solté un suspiro, procesé todo lo que había sucedido y caí en la cuenta del recorrido hasta entonces, provocándome incluso cierto estado de fatiga emocional en el que me planteé un alto en el camino para volver a los problemas mundanos, evidentemente fue imposible parar.

Puede que alguno piense que exagero, quizás a algunos no les parezca así, pero bajo mi punto de vista, la profundidad que alcanza la obra, la complicidad en ese mundo de maleantes en el que llegamos a ver a algunos de sus habitantes como los buenos de la película aunque sepamos que no es así, ni de lejos, resulta sobrecogedor, conseguido entre otras cosas porque la elección del casting es tan acertada, que tras muy poco tiempo nos encontramos familiarizados con todo el clan y el baile de nombres, bandas y costumbres moteras.


Porque Sons no es únicamente un drama con mucha acción, es una inmersión en toda regla en el mundo de esos clanes donde conoceremos en primera fila la idiosincrasia de ese estilo de vida, gracias en parte a que su creador estuvo un año conviviendo con moteros con el fin de dotar a la obra de cierta veracidad, sin olvidar el entertainment, por supuesto.
Creador que por cierto  interpreta a un personaje dentro de la serie que lo borda en cada aparición, Otto Delaney.

Así, como en otras obras en las que nos empapamos de aspectos específicos sobre la temática, como Vikings, en Sons descubrimos peculiaridades y costumbres, sin descentrarse en ningún momento del verdadero núcleo, que no es otro que la vida de unos personajes que se entrelazan, sobreviven y reaccionan de una manera casi orgánica gracias a un universo completo tan rico en matices y posibilidades que la historia llegado a cierto punto parece fluir sola, en un rompecabezas interminable que en ocasiones parece imposible recomponer, pero que gracias a jugar de una manera formidable sus cartas, consigue sorprender, entretener y finalmente noquear al espectador, totalmente rendido al espectáculo y sediento por ver qué sucede a continuación.

Una tragedia en forma de odisea motera que mantiene el tipo durante sus 92 capítulos, en los que incluso creeremos discernir cierto modus operandi sobre su sexta temporada, pero que volverá a dejarnos KO cuando menos nos lo esperemos, para cerrar un círculo en el que para mí es una de las mejores series jamás creadas y todo un must see/have con, además, una de las bandas sonoras más potentes, con algunas versiones sencillamente brutales, como el Bohemian Rhapsody, House of the rising sun o John the Revelator, entre otras.

Jesus Christ.

5 de octubre de 2015

We Have a Dream

El día completo en Washington lo dedicaríamos básicamente a su núcleo más conocido a nivel mundial por así decirlo, formado por la Casa Blanca, el Capitolio, el monumento a Washington y el de Abraham Lincoln.

Pero es que además de estas zonas, aquí se encuentran los principales museos de la ciudad, como el de Historia Nacional Estadounidense, el de Historia Natural, el del Aire y el Espacio....una brutalidad de sitios en tamaño y contenido que además son gratuitos.


Así que uno se puede hacer a la idea de que para visitar Washington y sus propuestas se puede necesitar algunos días, pero lamentablemente nosotros no disponíamos de este privilegio y como ya habíamos visitado el de Historia Natural en Nueva York y para el de Historia Nacional necesitaríamos mucho mucho tiempo, y (principalmente) como el que aquí escribe se emociona un poco con los temas relativos al cosmos, Eli tuvo el detalle de dejarme escoger, así que nos fuimos al Smithsonian Air and Space, que resultó una maravilla para perderse un día entero con tranquilidad y donde se pueden ver desde rocas lunares hasta reproducciones del Hubble a tamaño real, la New Horizons (qué pequeña!), el módulo del Apollo 11 o aviones de la Segunda Guerra Mundial. Una colección impresionante, donde se puede interactuar con muchas secciones de forma didáctica e incluso con un cine Imax en su interior con algunos documentales.

Recuerdan aquella "leyenda" urbana en la que los americanos se gastaron millones en desarrollar un boli para escribir en gravedad cero y los rusos optaron por llevar lápices? Igual no era tan leyenda...
De los lugares emblemáticos que comentaba, impresiona el monumento a Washington, sobre ese montículo de un verde intenso y el conjunto de paseo con el característico lago artificial rectangular que lleva al monumento a Lincoln, lago en el que se refleja el edificio en el que se encuentra la figura (enorme) del ex presidente sentado de forma solemne y desde el que, a su vez, desde las escaleras de entrada, se refleja el monumento a Washington en la lejanía.
Un lugar muy bonito al que volvimos al atardecer, merece la pena volver para ver el espectáculo crepuscular sobre las distintas piscinas de agua.

Lamentablemente el Capitolio se encontraba en obras, con lo que no resultaba demasiado llamativo, así que enfocamos el tiempo en disfrutar del día en el resto de atracciones.

Ya bien entrada la tarde, paseamos dirección norte entre rascacielos y algunos barrios muy agradables, con esa sensación de haber cumplido con el viaje.

Para el último "medio día" del que dispusimos en Washington antes del retorno, lo dedicamos básicamente al museo National Geographic, ya que vimos que hacían una exposición de Indiana Jones y por tiempo se ajustaba, así que nos despedimos de D.C. a golpe de látigo del Dr. Jones y comiendo más tarde en el lugar más americano (de esos que sirven costillar a lo bestia, patatas a kilo y hamburguesas de dinosaurio) que encontramos por la zona, el Black Rooster Pub.
Parece una tontería, pero no es tan sencillo encontrar estos sitios (a un precio razonable) en las grandes ciudades dada la moda generalizada de comida "sana" a base de ensaladas. Eso sí, ensalada a la que le meten dos kilos de salsa...

Y así llegó el final, tras 16 días muy intensos, con los 7 vuelos, las no sé cuántas millas, los hoteles, moteles...en definitiva un viaje como los que nos gustan, exigentes, de desconexión casi absoluta porque no te queda otra, no hay opción a pensar en otra cosa que sea el mismo por la cantidad de lugares y rutas, de emoción continua, de conocer día sí y día también rincones desconocidos, gente de todo tipo, de momentos con tensión, de alegrías y cierta tristeza a la hora de dejar algunos sitios.


Hemos vuelto a lugares emblemáticos como Nueva York, a la que en futuro estoy seguro regresaremos de nuevo (en otra estación), entre otras cosas porque existen algunas rutas hacia el norte que pueden ser muy atractivas usando como punto de partida la ciudad que nunca duerme.
Hemos visitado un poco esa América profunda, anclada en ocasiones en un tiempo remoto, llegando hasta las costas de Carolina del Norte, con paisajes de película, bosques, ríos enormes (pero enormes), carreteras perdidas....
Nueva Orleans, un lugar sin duda especial, probablemente la estrella de nuestro viaje, que nos ha hecho descubrir nuevos matices musicales, ser parte de esa devoción por el arte en infinitas manifestaciones, con ese aire urbano decadente, esa alegría sureña y ese pequeño chute adrenalínico que supone caminar por esas callejuelas llenas de magia y misterio.
Lancaster, otro reducto aislado en el tiempo, ese entrar y salir continuamente de nuestra era tecnológica, una ventana a otra época mientras esperas que el tren pase por las vías, a un lado un Chrysler Voyager y al otro un carro tirado por caballos, esa dualidad única envuelta en campos interminables de maíz.

Y todos esos pueblos y ciudades, grandes o pequeñas, Gettysburg, Luray, Charlottesville, Greenville, Columbia, Annapolis, RichmondAlexandria....todas ellas han pasado por nuestras vidas, a través de carreteras de 1, 2, 3, 4 y 5 carriles, mientras la radio quemaba pista tras pista, hasta llegar a esa cafetería perdida en Virginia, donde se sirve una y otra vez ese maldito café aguado, donde seguro un día alguien tuvo un sueño...nosotros por nuestra parte hemos cumplido humildemente uno de los nuestros.

John The Revelator - Curtis Stigers & The Forest Rangers


Gracias por leernos, un saludo.

30 de septiembre de 2015

You're in my house

Visitamos bien temprano Alexandría, junto al río Potomac, desde la cual se puede divisar en algún punto la capital de Estados Unidos.
La parte que vimos fue básicamente la que está pegada al río, toda aquella zona es una avenida marítima muy bonita, con calles adoquinadas, parques, restaurantes y algún que otro crucero. Al ser tan temprano apenas había nadie, con lo que estuvimos muy muy tranquilos, en un paseo matutino muy agradable y con muy buena temperatura.


Debido a nuestra ubicación en el mapa, trazamos distintos puntos de visita antes de meternos en la ciudad, estos eran el Pentágono y el cementerio de Arlington.
Lamentablemente, más tarde veríamos un punto al que podríamos haber llegado gracias al vehículo, Gravelly Point, desde donde al parecer los aviones pasan muy muy cerca por la cercanía del aeropuerto de Ronald Reagan y que resulta un espectáculo curioso de ver. Siempre nos quedará el Prat.

Del Pentágono...pues qué decir, ese aire rollo Fox y Mulder por todos lados, muchos carteles de prohibido esto y lo otro y un bonito memorial sobre las víctimas del vuelo 77 que pone los pelos como escarpias.
Los monumentos a los fallecidos simulan alas de avión a modo de banqueta sobre una pequeña superficie de agua, con su placa identificativa, luz y ordenadas por año de nacimiento. Realmente acongoja...una mezcla de rabia, impotencia...donde tienen cabida infinidad de interpretaciones de un bando y de otro, pero donde al final lo que queda son vidas apagadas, buenas o malas, pero vidas.

Como anécdota, comentar que llegamos al parking norte pero aquí al menda le pareció que estaba un poco alejado, así que nos acercamos tanto que llegamos a una especie de control donde pensaba que igual daban un ticket de esos rollo centro comercial, pero al parecer me colé hasta la puerta de entrada y el botón no escupía el maldito ticket, en su lugar un tipo masculló algo a través del interfono y como tampoco era plan de retroceder y la baliza del conductor que acababa de pasar estaba levantada le dije algo así como "bueno, yo si eso entro", y tiré.
O por lo menos "tiré" unos 5 metros, ya que entonces apareció un tipo uniformado bastante grande el cual nos dio el alto y nos invitó muy amablemente a salir de una de las entrada principales al Pentágono.

En fin, doy fe que el "soy yo, abre" funciona. Un poco al menos.

Arlington es el mundialmente conocido cementerio donde podemos ver esas lápidas blancas apiladas hasta el infinito sobre un manto ajardinado y en las que descansan militares estadounidenses, con alguna excepción que otra como el memorial al Challenger.
El sitio es enorme y realmente está muy bien cuidado, destacando lugares como la tumba del soldado desconocido, donde cada 30 minutos se realiza un cambio de guardia frente al monumento a los soldados que perdieron la vida en batalla y que no pudieron ser identificados, la tumba de JFK o la casa museo Arlington, desde donde se tienen unas vistas muy buenas de la ciudad.
Destacar también el memorial de Iwo Jima, algo alejado pero que merece la pena acercarse a verlo y que nos sorprendió por su gran tamaño.


Era ya pasado el medio día con lo que decidimos realizar el checkin en el Hotel Baron, ubicado al norte de la ciudad pero cerca de una parada de metro, parada que nunca utilizaríamos porque básicamente nos dedicaríamos a patear calles, y como la zona era bastante vistosa, era muy agradable pasear cuando se hacía de noche, con esas casitas rollo "Arlington Road" con su pequeño jardín, escaleras de piedra y farolas en la entrada, arboledas y buena temperatura, quién quiere meterse en el maldito metro?
Realmente, caminando tranquilamente se podía llegar a la Casa Blanca en menos de 30 minutos...

El hotel la verdad que muy bien, siendo Washington una ciudad tan cara en cuanto a alojamientos, no hay que asustarse por ver la ubicación alejada del "centro", en realidad la distancia no es tan grave y la zona tiene restaurantes menos sangrantes que los de la zona "ejecutiva", además de una taberna en su planta baja (incomprensiblemente nada de ruidos por la noche) donde se realizan conciertos en directo y donde se puede degustar una variedad de cervezas impresionante, aunque eso sí, lo más barato 4 pavos.

Se acercaba la hora de devolver el vehículo, así que nos dirigimos a la estación central para entregarlo y una vez "liberados", y digo liberados porque tener coche en Washington es algo así como un suicidio en cuanto a gastos de estacionamiento, y apostaría a que también lo es en cualquier ciudad ligeramente grande en Estados Unidos, visitamos la susodicha estación y luego nos fuimos caminando hacia la zona de la Casa Blanca.
Aunque la idea era profundizar en toda la zona central el día siguiente, no pudimos con la tentación de acercarnos "un poquito".

Nada destacable la zona que va desde la estación hasta el centro, la verdad, eso sí, una vez que comienzas a entrar en el distrito financiero, ya se nota el rum rum de la "verdadera" ciudad, coches patrulla a punta pala, ejecutivos muy ocupados ellos (con el litro de café incrustado en una mano y el móvil en la otra por supuesto), los bares a petar donde se reunen después de la faena para ponerse hasta arriba de vinos y hablar, hablar mucho...
En eso que llegamos a la parte trasera de la Casa Blanca, donde se agolpan los turistas (nosotros no eh..) para hacer la foto de la zona que actualmente es la más cercana al público, que por cierto le da un aire tremendo a la casa del tío Phil del Príncipe de Bel Air. Esperamos para ver a Jazz salir volando pero no fue así, en su lugar comenzaron a salir coches por todos lados, helicópteros militares, motos, polis y gente corriendo.
Cuando ya pensábamos tirarnos al suelo (ya sabía yo que lo del Pentágono iba a traer cola), al parecer el tema era que el bueno de Barak salía de "su casa" para tomar un avión que le llevaría a Nueva Orleans, en la celebración del aniversario del desastre del Katrina y para felicitar a las buenas gentes del sur por su esfuerzo y recuperación.

Segunda vez que venimos a Estados Unidos y segunda vez que nos topamos con Obama. Obama, quieres conocernos, y lo sabes.

Regresamos al hotel y nos zampamos unos sushis en un garito cerca del hotel, "probamos" las birritas de la taberna y a dormirla. El día siguiente sería el último día a full por Estados Unidos.

Un saludo.



29 de septiembre de 2015

Al oeste en Filadelfia

Tras abandonar Lancaster, la idea era llegar a Filadelfia y bajar dirección Washington, nuestro final de trayecto.

Llegamos sobre las 10 de la mañana, y tras visitar las famosas escaleras de Rocky y hacer el primo durante un buen rato (vídeo incluido) nos pateamos un poco el centro de la ciudad antes de tomar de nuevo la carretera hacia el sur.


Tras muchos días de zonas más bien rurales, alejados de esas mega urbes, resultó bastante gratificante volver a meterse en esa locura de rascacielos y zonas frenéticas con gente por todos lados. Es acojonante la de personajes y escenas que puedes ver en estas ciudades sentado en un cualquier cafetería o Starbucks durante 10 minutos mirando a través de un cristal, es casi sedante.

Eso sí, hay que decir que por ejemplo, siempre dependiendo del motivo del viaje, no recomendaría una ruta Nueva York - Filadelfia - Washington como hace mucha gente en esta costa Este.
Salir de NY para ver Filadelfia únicamente como "una ciudad más" es un absurdo personalmente. Mucho mejor si en medio se hace una parada en Lancaster o algún lugar más rural, el efecto, cuando más tiempo haga de la visita a la mega urbe por antonomasia, mejor.

Otro handicap de visitar estas ciudades en coche es que aparcarlo en algún lugar público es casi imposible, las opciones se reducen a dejar el vehículo en el quinto pino, casi las afueras, en caso contrario el precio de los parkings y de las zonas "azules" es muy elevado. Y ojo, que multan al minuto, cogimos el coche 1 minuto antes de que cumpliera y mientras salíamos ya teníamos a Beyoncé marcando el territorio.
En cualquier caso, Filadelfia nos dejó un buen sabor de boca.

De camino hacia Washington hicimos varias paradas, entre ellas Annapolis, capital de Maryland, un pueblo pesquero precioso con un casco antiguo para perderse por él durante un buen rato degustando un helado en alguna de las antiguas heladerías artesanas que todavía quedan en pie.

En un principio, pensamos quedarnos por el lugar para dormir, pero los precios eran algo elevados y encontramos algo mejor en Alexandría, a las afueras de Washington, lugar que además queríamos visitar, así que dimos un último empujón y llegamos tras una pequeña odisea para encontrar el motel debido al lío de mil demonios que me hice en un sector de autopistas.
Si no pasamos tres veces por el mismo lugar poco nos faltó, en una aberración de carreteras que parecía un nudo hecho por Bruce Lee en celo.

Ya instalados en el motel, justo a las afueras de Alexandría, nos preparamos para encarar el último tramo de nuestro viaje.



Un saludo.

25 de septiembre de 2015

Lancaster

Anclados en un tiempo ya casi olvidado, los Amish se encuentran repartidos por distintos puntos del globo, pero es en Lancaster donde se encuentra el segundo asentamiento más grande y donde se puede ver su estilo de vida de la forma más "auténtica", visitando sus casas y granjas, comiendo sus platos típicos y en definitiva, experimentando a grandes rasgos los motivos por los que esa gente rehuye a subirse al carro del progreso, principalmente al tecnológico.


Comenzamos nuestra ruta en una de las granjas/casas museos en las afueras de la ciudad, aprovechando que se encontraba cerca del motel donde pasaríamos la noche y entre dos localidades que según había leído, merecía la pena visitar, Bird in Hand y Paradise.

La granja se puede visitar de forma gratuita, y puedes ver ejemplos de cómo tratan el tabaco, trabajos de carpintería, la propia granja de animales, una escuela de chavales e incluso utilizar el típico patinete que utilizan para moverse (vimos muchísimos carros con caballos, pero no sé si ganan los patinetes...), además de un laberinto de maíz que tienen como recreo y que conviene no subestimar.

El sitio es un poco turistada, y para visitar la casa y subir a las estancias se debe pagar una entrada (10 dólares), pero eso no quita que resulte una visita agradable, entretenida y en definitiva una buena manera de iniciar la visita al condado. Más tarde veríamos otras granjas donde puedes pararte y verlos trabajar también, utilizando tractores por cierto, aunque ciertamente ninguna maquinaria excesivamente moderna.

Hay que entender, que ellos no niegan el utilizar cierta maquinaria e incluso tecnología para alguna de sus labores, lo que rechazan es la velocidad con la que el mundo adapta la tecnología y su explotación, ellos parecen asimilarla muy muy lentamente y únicamente utilizan algo de las que influyen en su trabajo, en su forma más rudimentaria o bien para convivir con el resto de forma civilizada, como las que hacen referencia a señalizaciones lumínicas en sus vehículos.


Evidentemente no utilizan ni móviles, ni ordenadores, ni similares, ya que no utilizan electricidad ni aparatos eléctricos más allá de un uso esporádico y de muy bajo voltaje. Del mismo modo, llevan vestimentas propias del siglo XVII.
Estos aspectos ya les relega de forma perpetua a un estado social cada vez más distante con el resto del mundo moderno y por lo tanto, a que su avance en cuestiones tecnológicas prácticamente sea nulo.

Creo sinceramente, una vez vivida la experiencia, que la mejor manera de visitar el lugar es perdiéndose por sus carreteras en su zona más rural, es ahí donde más actividad se puede ver y es tan sencillo como pararse en algún núcleo urbano (por núcleo urbano entiéndase 3 casas esparcidas en una extensión enorme de trigo o maíz) y verlos pasar, además de entrar en talleres (algunas son accesibles en modo turista) o detenerse en algún sitio a comer como el Dinner's Country, un lugar que nos encontramos tipo buffet que al parecer servían platos típicos y donde pensamos que sería un buen lugar para degustar "un poco de todo".
El sitio, relación calidad-precio brutal, una variedad enorme de platos, bien cocinados y unos postres muy (pero muy) destacables, diría que no he probado en mi vida unos pasteles más brutales, el arte que tienen con las cremas parece ser espectacular, yo doy fe.

Y finalmente nos alejamos de Lancaster, mientras caía la tarde, con cierta luz que parecía anunciar tormenta, a través de los campos de maíz, las casas de madera, el chaval en patinete, el carro tirado por caballos y el olor a campo recién arado.
Un lugar con el que mucha gente puede sencillamente no entender dicho estilo de vida, pero que resulta innegablemente atractivo y de esos sitios especiales que se ven con curiosidad a través de nuestros ojos acostumbrados a las comodidades que brindan las nuevas tecnologías.

Un saludo.

23 de septiembre de 2015

Back to the future

Ubicada entre los "ríos" York y James, y entrecomillo "ríos" porque a simple vista parecen océanos, se encuentra Williamsburg, una ciudad que fue capital de Virginia y que cuenta con uno de los atractivos turísticos más visitados por los norteamericanos, un museo viviente de aproximadamente 120 hectáreas donde se ha reproducido una ciudad como si estuviéramos en el siglo XVII.
Cuenta con actores reales, negocios representativos de la época colonial...una frikada de mil pares donde se realizan actos teatrales representando momentos históricos y donde podemos ver entre otros aspectos, los problemas raciales y de esclavitud.
Incluso se puede interactuar con los actores y te siguen el rollo si entras en debate como si realmente estuvieras viviendo ese instante. Lo más parecido a estar en la piel de Marty McFly por momentos.


Es muy curioso de visitar y una manera interesante de empaparte de ciertos momentos históricos (sin subtítulos en castellano, ojo), además de resultar un lugar precioso por lo cuidado del lugar, los detalles...aunque ciertamente el precio es elevado si se quiere ver en profundidad, ya que el pase "normal" cuesta cerca de los 30 dólares y el "completo" casi 50, que da acceso a todas las estancias y actos, algo así como cuando en Port Aventura representan espectáculos a ciertas horas.

Nosotros estuvimos desde muy temprano cuando apenas había nadie hasta casi el medio día, momento en el que decidimos pillar el coche y tirar hacia el sur dirección Smithfield, un pueblecito típico americano realmente bonito que nos recomendaron para posteriormente profundizar un poco por las carreteras para ver un poco más de esa América profunda que comentaba en posts anteriores, con sus restaurantes perdidos de la mano de Dios, urbanizaciones en mitad de la nada y, en definitiva, empapándonos de la vida cotidiana de estos remotos lugares.
Ese mismo día nos zampamos un crabcake (pastel de cangrejo, buenísimo, típico de la zona) en el Virginia Dinner, en Wakefield, y cuando caía la tarde, al estar ya cerca de Williamsburg y disponer del pase todavía del Colonial Williamsburg, decidimos pasarnos de nuevo para ver el atardecer y tener una visión más crepuscular de la zona sin los artificios de la mañana, además de ojear algunos restaurantes temáticos donde servían comidas a la luz de las velas totalmente ambientados en la época.


El resto de tiempo que estuvimos por la zona lo dedicamos a visitar sus alrededores así como el Taskinas Creek, un lugar de "recreo" desde donde se puede hacer trekking, kayak y un montón de actividades al aire libre, entre estuarios y bosques.

Tras Williamsburg, nos dirigimos hacia el parque nacional de Shenandoah vía Charlottesville (donde hicimos noche), una extensión enorme donde por fin vimos montaña y nos elevamos para pasar por poblaciones perdidas entre arboledas, entradas a mansiones increíbles y casas de madera a lo película de miedo (rollo Cabin in the woods).
Atravesaríamos el parque en dirección norte y nos desviamos hacia Luray, un pueblecito conocido principalmente por sus cuevas, muy cuco y con el típico cine "vintage" con sus letras colgadas en la entrada de neón y su interior clásico de madera (ya no se hacen cines así maldición, aunque los precios rondan similar...).


Antes de llegar a Lancaster, pararíamos en Gettysburg, ciudad donde tuvo lugar una de las batallas decisivas en la Guerra Civil Estadounidense y en el que se pueden visitar distintos asentamientos así como algún memorial.
Su centro urbano es pequeño pero de gran afluencia, sobre todo en cuanto a moteros, los cuales posaron muy amables ante mi petición de foto de guiri.

Próxima parada, Lancaster, Pennsylvania.

Un saludo.

21 de septiembre de 2015

Sirena Varada

La tormenta de la noche anterior dio paso a un día radiante, de cierto frescor matutino que invitaba a recorrer la enorme distancia hasta Williamsburg, pasando por Outer Banks y aprovechando esas famosas (y kilométricas) playas de North Carolina.


En los moteles es normal que venga incluido el desayuno, por lo menos en las cadena tipo Super 8. En cualquier caso, el desayuno suele ser el continental, con zumos, café americano (aguado), tostadas, la maldita crema de cacachuetes (es como comer turrón del blando todos los días), cereales, té, leche y alguna pasta.

De camino a Outer comenzó el desfile de casas, iglesias, grupos de moteros, el chico de los periódicos en las típicas urbanizaciones americanas rollo ET, el bar de carretera, el bar chungo de carretera, la cafetería donde Rose te sirve cuantas veces quieras el café con una amplia sonrisa (luego vendrá la propina)...este tipo de cosas nos las encontramos durante el resto del viaje, donde no paramos de girar las cabezas una y otra vez y donde mi frustración como fotógrafo alcanzó niveles absurdos por no poder pararme con el coche cada 5 minutos.
Un espectáculo de esa América para nosotros desconocida, profunda e implacable en cuanto a sus costumbres e idiosincrasia. Lo flipamos todo el viaje, es  inútil repetirse, sencillamente toda una experiencia en carretera donde únicamente los momentos en los que teníamos que atender al gps nos sacaban de aquella película.

Ahora que menciono al gps, en esta ocasión nos hicimos con una tarjeta prepago de AT&T que nos facilitó 1,5Gb de datos por unos 30 dólares y que nos permitía disponer de navegación continua para poder hacer esas consultas sobre traducciones, platos y lugares famosos. Tripadvisor y apps similares, así como Google Maps se han convertido en herramientas básicas de todo viajero, ya sea para buscar un lugar, un restaurante o un hotel en las cercanías de tu posición.

Y finalmente llegamos a Outer Banks, atravesando puentes de hormigón kilométricos que se perdían en la distancia mientras entrábamos en ese conjunto de islas y nos rodeaban las dunas de arena con algún "pueblecito" o asentamiento esporádico donde las casitas multi colores se asentaban prácticamente a pie de playa, con esos característicos pilares de madera que sustentan la estructura, esos muelles que llevan a un mirador y distancias infinitas que se perdían en un horizonte celeste que chocaba con el mar esmeralda.


La  madre que nos trajo.

Antes de perdernos en "una" de las playas, nos metimos en un garito a comprar algo de beber y para picar, ya que la idea era quedarnos hasta bien entrada la tarde. Allí pillamos entre surferos y abueletes veteranos con gorras de béisbol uno de esos extraños brebajes que llaman cerveza mezclada con frutas como frambuesas y cosas así, en su mayoría latas de 750ml por cierto.
Encontramos un lugar donde dejar el coche y atravesamos caminando entre dunas hasta llegar a una playa prácticamente vacía, un lugar donde relajarse y pasar unas horas a remojo al fin y al cabo.

Antes de partir, con las pilas bien cargadas, se me ocurrió la feliz idea de pararme en "el arcén" para hacer unas fotos de unas casitas muy monas a contra luz, y digo arcén porque en realidad era una señora duna donde el coche quedó atrapado prácticamente hasta el morro del vehículo debido a que cuando me di cuenta intenté dar marcha atrás y cada vez quedaba más enterrado, uno de esos momentos en los que guardas la compostura como un señor y no te lías a maldecir hasta a las gaviotas que pasaban por allí además de lanzarte como un desesperado para intentar desenterrar la maldita rueda o buscar algo con lo que hacer suelo y que deslice.
Pues bien, con el móvil ya para llamar a emergencias (y mentalizándome para explicarle que estaba en el kilómetro X de la duna X junto al matorral X y una casita muy guapa) aparecieron dos campeones y pararon justo delante nuestro.
Yo esperaba un "qué ha ocurrido amigo?" pero en lugar de esto vi que uno de ellos comenzaba a sacar unas correas y cadenas del maletero y el otro me comentaba algo en castellano.
Básicamente es algo que le sucede a muchísima gente en la zona y son patrullas que se dedican a dar vueltas por si ven algún caso, enchufan las cadenas y remolcan el vehículo fuera de la arena.
Tras un "vayan con cuidado" y yo con cara de fliparlo nos quedamos con el coche listo para seguir y con una flor en el culo considerable.
El coche debió quedar llenito de arena en la parte baja porque durante los siguientes kilómetros solo se escuchaba la arena caer por todas partes.
Cuando ya pensaba en buscar un sitio para pasarle el manguerazo, el manguerazo vino del cielo en forma de tormentazo del quince, nivel ++ por encima del día anterior (y ya es), por fortuna no nos pilló todo el camino y tan solo tuve que ir con los ojos achinados a lo Keanu Reeves durante unos cuantos eternos kilómetros mientras Eli me guiaba con el GPS en las curvas, rollo izquierda-ras-barro.


Llegamos a Williamsburg entrada la noche, salí del coche, besé el suelo y paramos en un 7 Eleven donde ofertaban perritos a 1 dólar que acompañamos con ensaladas de esas de vending, por aquello de comer algo "fresco".
Check-in en el motel con señora que parecía la abuela de Will Smith y a dormir. Mañana más,  pero no mejor, porque es imposible.

Un saludo.

17 de septiembre de 2015

On the road

Nos despedimos de New Orleans con mucha pena, pero con ganas de emprender un nuevo trayecto que nos hacía muchísima ilusión. Visitar North Carolina, pillar un coche y dirigirnos hacia hacia el norte dirección Lancaster en Pennsylvania, pasando por Virginia.

Aquí también estábamos (o estaba, yo creo que en este viaje el más acojonado era yo, me hago mayor) algo inquietos por varios motivos.
En primer lugar porque habíamos calculado los días más o menos y creíamos que nos daría tiempo de hacer la kilometrada que se nos venía encima, pero principalmente la perturbación nos la generaba una escala en avión de 30 minutos.

Sí, en cualquier momento da la impresión de que saldrá Rick y compañía pegándole tiros a una jauría zombis.

Y fue bien, ciertamente niños, si hacéis escala en Charlotte es muy probable que con muy pocos minutos tengáis suficiente para realizar la escala, olvidaos de esto en sitios como Dulles, JFK o en Gaulle, París, bueno...en definitiva no lo hagáis salvo que sea Charlotte, donde sí os podemos asegurar que da tiempo.
Eso sí, una vez subidos y henchidos de emoción por la gesta, nos comunicaron un retraso por una tormenta en la zona, con lo que nuestra gesta quedó en nada, ya que el retraso fue de casi 3 horas.

Una vez en Raleigh la cosa molaba mucho, tenía que conducir hasta Greenville por las carreteras de Carolina del Norte (que me las conozco de toda la vida), bajo un tormentón como no he visto en años y con un coche automático que el bueno de Ahmed en Avis me entregó como si mi acento "del sur" no demostraba que lo único automático que había conducido en mi vida era el Scaléxtric de competi.
Menos mal que la matrícula no era de New Jersey, por fortuna era de Virgina.

En fin, finalmente un buen samaritano de la compañía me explicó cómo iba el tema y ciertamente, los coches automáticos explican el motivo de que se permita conducir a chavales menores de 18, lo que no explica es que tarden hasta los 16 en darlo, pero oye, la primera vez que lo pillé como que se hizo el duro o directamente me superó la tormenta de emociones, las dos.

Y llegamos finalmente al motel de Greenville, bajo un tormentón que se repetiría de forma parecida al día siguiente sobre la misma hora y que nos sorprendió de camino a Williamsburg, lugar donde estaríamos un par de noches.
A partir de este punto pasaríamos por varios moteles de carretera, algunos reservados como el de Williamsburg, pero el resto directamente los buscábamos sobre la marcha o justo el día antes de partir.
Los lugares son clavados a los de las pelis, habitación con baño adjunto, mesita para el cangurito, recepción donde te puedes encontrar a cualquier personaje, desde una excéntrica señora negra con gestos a lo Will Smith (en mujer) hasta el señor mega servicial gafapasta pasando por el chaval pasota primo hermano de Jack Black.
Los precios oscilan en función de las habitaciones disponibles, si son para fumador/no fumador (estuvimos en una zona de fumadores una noche y bueno, soportable, pero mejor evitarlo), tipos de cama...y según les rote. Dormimos en sitios por menos de 40 pavos y en otro nos clavaron 60 en similares condiciones sin ser céntricos.

Poco pudimos ver ese día, entre retrasos y tormentas, pero al día siguiente llegaríamos a Outer Banks, una extensión de 300 km que cubre la costa de Carolina del Norte mediante islas y donde pasaremos "un día de playa".



Anyway, we're on the road..

Un saludo.

16 de septiembre de 2015

New Orleans

Nueva Orleans es música, es arte en múltiples manifestaciones, es decadencia, es comida criolla, es esoterismo, es el Mississippi, es el sur, es Luisiana.


El camino del aeropuerto fue mediante el servicio supershuttle,  un servicio "shared-van" mediante el que contratas un round-trip de ida/vuelta o solo ida desde/hasta el aeropuerto al hotel. Es una opción económica si no se quiere uno liar con transportes públicos muy muy lentos o a pelearse con taxistas y posibles estafas en las tarifas o directamente tarifas desorbitadas.
Para hacerse una idea, que te dejen/recojan en el hotel desde el aeropuerto cuesta unos 38 dólares, un precio aceptable bajo mi punto de vista para la comodidad que supone, sobre todo si no se dispone de mucho tiempo en la ciudad.

Reconozco que tras dejar el cobijo del hotel Blake en el distrito financiero, nos (o igual me) embargó cierto temor, inseguridad e incluso frialdad, por lo vacío de las calles, y cierta desolación que vimos en el trayecto desde el aeropuerto. Es increíble como apenas en horas todo se transformaría en vida que o bien no veía, o bien no entendía.

Irrumpimos en Canal Street tras pocos minutos de camino a través de edificios de oficinas, chiquillos al lado de los de Nueva York, pero igualmente imponentes frente a los de nuestra tierra.
Es ahí cuando comienza cierto run run, los primeros acordes, el tranvía rojo que atraviesa la avenida, las licorerías, el negro armario ropero con medallones en el pecho, el vagabundo de la esquina con el letrero pegado a las manos, el casino con su entrada enorme justo al lado del Hilton, para que sus clientes no tengan que pasar demasiada calor entre timba y timba, el Predicador del todo vaticinando el fin de los días.

Medio acongojados llegamos al paseo que da al Mississippi, y ahí estaba, el mítico río surcando por el característico barco de hélices rojas, la tarde comenzó a caer y todo se volvió de tonos rosados, el aroma a comida recién hecha, un tipo tocando el saxo allá en el crossroad de las vías, fue allí cuando nos relajamos, comenzamos a caminar con una brisa muy agradable y llegamos a Conti con Front Street donde una multitud surgió desde la lejanía celebrando una boda a lo grande, con banda de música, pañuelos al viento, gente riendo, una suerte de rick-shaw donde llevaban a los más mayores mientras fumaban pipas, estilazo, genio y figura hasta la puta sepultura.


A partir de entonces todo fue atravesar calles en el French Quarter, escuchar música en cualquier garito que te imagines, alucinar con el estilo de sus casas, de esos balcones llenos de vida, de coches imposibles, de gente cuyo estado emocional parecía una montaña rusa...y Bourbon Street, un despiporre de fiesta, gente y garitos donde atronaban grupos de cualquier tipo y tendencia desde altares abarrotados por una multitud entregada, un lugar donde no te queda otra que quedarte con la boca abierta, girar en modo peonza y flipar con el tremendo fiestón (era sábado encima) que se gestaba en ese lugar. La sensación es parecida a cuando uno se topa con Times Square por vez primera, pero con bastante mejor banda sonora y cierta sensación de proximidad con todo el mundo...

Los siguientes días los ocupamos en visitar los pantanos de las cercanías, navegando en barca a través de caimanes, tumbas con cruces de madera semi clavadas en montículos abandonados, vegetación que parecía salir de las entrañas del agua y elevarse hacia las alturas en interminables pasillos de agua, serpientes y alimañas de todo tipo.
Visitamos Oak Alley, una casa señorial situada en la típica plantación sureña con su famosa entrada imposible, que es presentada tras un pequeño discurso de una guía de la misma casa. Tan solo decir "con todos ustedes, Oak Alley", y al abrir ese pequeño portón la imagen queda grabada en la retina como una de las postales más bellas que pueda uno tirarse a la cara. Y ella sabía perfectamente que no iba a defraudar.


Atravesamos carreteras con plantaciones de maíz, de caña de azúcar, con barracas de todo tipo, con casas extravagantes, guetos...y de golpe nos encontrábamos de crucero por el Mississippi en uno de esos barcos réplicas de los de antaño sentados en una mesita tomando una cerveza "lite" escuchando jazz en directo, mientras el barco se ponía en movimiento a eso de las 19h para regalarnos una de esas puestas de sol que no se olvidan, con Nueva Orleans desapareciendo en la distancia, con la música, la brisa y la sonrisa de mucha gente disfrutando del viaje.

Sobre el tema del crucero, existen distintos horarios y modalidades. Los hay por la mañana, a medio día y por la tarde, con cena o sin cena.
Bajo mi punto de vista, el único que creo merece la pena es el nocturno y sin cena, cuyo precio ya es algo elevado pero como entra el concierto de jazz en directo y si encima hace una tarde como la que tuvimos, es un regalo para los sentidos.
El resto de horas sinceramente, no creo que el paisaje merezca la pena con un sol abrasador y sin música. En cuanto a la comida, es un buffet muy normalito, casi mejor degustar después en cualquier sitio alguna delicia como el gumbo, las ostras o los cangrejos, en cualquiera de las variedades en las que presentan los platos. Y ojo, que son muy brutos, y si no lo son donde habéis entrado, no volváis al sitio.

Como dije al principio, pasado el primer día ya estábamos totalmente familiarizados con la ciudad, paseando por cualquier sitio (con sentido común), visitando el Garden District y la casa donde se rodó American Horror Story, pateando a última hora la Frenchmen Street (donde realmente se vive la música en directo, más que en Bourbon Street según los lugareños) y viviendo el ambiente de una de las ciudades más impactantes que hemos visto.

Una ciudad inolvidable, llena de matices, de color y también de excesos, pero con un arraigo cultural muy potente donde tienen cabida infinidad de tendencias y en la que todavía se percibe el amor incontestable hacia la música y el arte.

Un saludo.




15 de septiembre de 2015

Big Apple 3:00pm

Sobre esa hora llegamos finalmente al hotel de Nueva York, después de tener que cancelar la semana anterior nuestra reserva en Airbnb debido a que la "dueña" tuvo que cerrar el garito y trasladarse a otro lugar en Brooklyn tras una denuncia en la que parecía indicar que utilizaba el lugar de forma algo no muy legal.

Con tan poco tiempo de diferencia surgió una oferta de última hora (no hagan esto nunca en sus casas, suele salir mal) a dos minutos de Times Square y decidimos pillarlo, el lugar, Tryp by Wyndham Times Square.

Por un precio similar por noche que nuestra última vez en la Gran Manzana, la habitación era mucho (pero mucho) más grande y en bastante mejores condiciones. La ubicación cojonuda, sobre todo si no se ha visitado nunca la ciudad.

Disponíamos de 2 días y medio para disfrutar de nuevo de esa bestia urbana antes de salir volando hacia Nueva Orleans, donde "comenzaría" realmente la nueva experiencia en los Estados Unidos, así que aprovechamos para patear algunos sitios que nos quedaron pendientes en la última visita.

Moverse por Nueva York es muy sencillo, casi todo está conectado por metro y lo que no lo está se patea con gusto, ya que es una ciudad impresionante desde cualquier ángulo y prácticamente en cada calle se encuentra algo distinto, peculiar, o esa escena de película que tantas veces hemos visto en nuestros televisores, esa salida de humo, esos taxis amarillos por todos lados, un tipo pegando berridos rollo "the end is coming", vendedores de Hot Dogs, skaters, polis, rascacielos a punta pala, infinidad de tiendas, restaurantes, parques, músicos callejeros...en fin, de todo, digerir Nueva York lleva su tiempo.

Vistas desde Brooklyn, un paseo que al atardecer se llena de gente para ver la espectacular puesta de sol.
Hay que tener en cuenta algunas particularidades;
Para el transporte, se utilizan MetroCards recargables las cuales es conveniente pillar en su formato bono si se va a estar durante tiempo prolongado. Os permitirá moveros de forma ilimitada por todos lados sin tener que pagar el alto precio del billete individual (2 dólares y pico).
Cuando llegas al aeropuerto de JFK, lo mejor es pillar el tren a Jamaica, y no os molestéis en buscar máquina para pagar allí, se paga al salir del tren una vez llegas a destino.
Dinero: El mejor cambio que he encontrado ha sido comprando dólares con tu entidad bancaria. Las casas de cambio en los aeropuertos o en la ciudad os cobrarán cantidades abusivas por cambiar moneda.
Sacar pasta desde los cajeros conlleva comisión, aunque incluso a veces (depende la entidad) puede ser mejor opción que llevar dinero en efectivo desde Europa.
Nosotros solemos utilizar la opción de pagar con tarjeta, ya que el cambio suele ser bueno y es aceptada (débito en todos los locales comerciales, crédito para alquiler de vehículos/hoteles) en todos los sitios.
Por cierto, este año no me atreví, pero existen tarjetas recargables (tarjetas monedero) que no dejan de ser una buena opción en cuanto a privacidad y controlar el gasto, las venden por internet o allí mismo.
Es interesante si se van a visitar muchos museos/atracciones sacarse el New York Pass, que permite la entrada a la mayoría de sitios más famosos como el Empire, Top of the Rock, museos, Intrepid, etc. Nosotros ya lo usamos la otra vez (en la que visitamos prácticamente todo) y nos fue muy bien, con un ahorro considerable ya que las atracciones no son precisamente baratas.

Pasamos por la Freedom Tower, y vimos unas formas conocidas afeando el paisaje...ese estilo extraño, incrustado ahí sin ton ni son...me vino a la mente Calatrava y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Evidentemente la obra era suya, inacabada, cara, desproporcionada...más tarde leí que los neoyorquinos están hasta el gorro de su proyecto....
Las zonas a las que nos dedicamos en esta ocasión fueron las de Brooklyn, donde probamos la famosa pizza del Juliana's (según algún que otro artículo considerada como la mejor pizza de Manhattan), y saboreando un atardecer a los pies del famoso puente con una de esas puestas de sol impresionantes con el skyline de fondo y un ambiente muy agradable.

El resto de días los utilizamos para por ejemplo ir en ferry hasta Staten Island para visitar la casa museo de Alice Austen, una de las primeras fotógrafas que inmortalizó las calles de Nueva York a finales del XIX, visitar la librería Morgan, Coney Island y su parque de atracciones a pie de playa, toda una experiencia con música ochentera a tope y subiendo a la famosa noria desde la que se divisa la ciudad en el horizonte.

Aprovechamos para re-visitar algún que otro lugar, un pequeño paseo por Central Park, callejear mucho, lamentarnos por el cierre temporal del Carnegie Deli, escuchar música en directo en algún que otro parque, tomar alguna que otra cerveza en la infinidad de locales que pueblan sus calles, con una tendencia hacia la cerveza artesana brutal, aunque a precios igualmente brutales (6-7 dólares tranquilamente)...
Probamos la famosa hamburguesa del Corner Bistro, lugar que tiene un encanto indudable y cuyo "bicho" está espectacular, pero también es un hervidero de ruido (como en cualquier bar célebre de la ciudad, de hecho).

En fin, lo que se suele hacer en poco más de dos días en Nueva York.

Debo comentar antes de que se me olvide, que a pesar de los comentarios sobre que desde el ferry a Staten Island las vistas de la Estatua de la Libertad eran los mejores, bajo mi punto de vista no es cierto, salvo que tengas un tele-zoom de los burros o simplemente te confirmes con ver la figurilla a lo lejos.
Si es vuestra primera vez en Nueva York, dejaros de historias y pillar las conexiones a la isla, doña Liberty hay que verla de cerca.

Y así llegamos hasta el día en que debíamos volar hacia Nueva Orleans. Nervios.

Un saludo.

14 de septiembre de 2015

Previously on the USA...

No pensaba realizar ningún diario este año en vacaciones, de hecho no lo he redactado mientras viajaba con en otras ocasiones, pero conforme pasaban los días sentía crecer la necesidad de dejar de alguna forma escritas las sensaciones de un viaje que sin duda ha superado todas nuestras expectativas.

El año pasado se nos frustró la oportunidad por no coger una oferta de vuelos que apareció allá por febrero, y este año, a pesar de que sigue siendo mal momento para visitar el lugar debido a que el euro está casi a la par del dólar, se nos puso delante una oferta muy atractiva, así que decidimos volver a visitar los Estados Unidos, pero esta vez íbamos a profundizar un "poquito" más...

"Normalmente", las rutas más conocidas en general suelen ser la de la Costa Oeste, la Este, la ruta de la carretera del 66, de Chicago a Luisiana....USA es un país de carretera, y puedo afirmarlo después de recorrer una parte "pequeña" pero considerable para ser nuestra primera vez fuera de Nueva York.


Tras meditar qué hacer, decidimos escoger la zona este, ruta que nos atraía pero a la que le faltaba algo de chispa, por lo menos a la más típica; Nueva York, Boston, alcanzar Búfalo para ir a las famosas cataratas del Niágara y bajar hacia Washington.

Así que en su lugar decidimos modificar "un poco" el trayecto, visitaríamos Nueva York (porque ir por esa zona y no volver a la Gran Manzana es pecado imperdonable), pero saltaríamos a una zona que moríamos de ganas de visitar, Nueva Orleans, para posteriormente subir a Raleigh en Carolina del Norte y a partir de ahí tomar un coche y "carretear" por esa América profunda hasta llegar a Washington.

Voy a contar, entre anécdotas y algunos consejos este peculiar viaje, ya sea para que quede para el recuerdo o para los que se decidan a hacer algo parecido, no se arrepentirán, os lo podemos asegurar.



Un saludo.

10 de septiembre de 2015

The visit

Shyamalan vuelve a sus orígenes tras probar suerte en el mundo de las superproducciones y no salir muy bien parado.
Tras los sonados fracasos de After Heart y Airbender, el director del Sexto Sentido presenta una historia pequeña, de estructura sencilla pero sustentada por alguna de las mejores cualidades del director hindú.


Dos hermanos visitarán a sus abuelos maternos en Pensilvania, después de que por motivos familiares nunca se hubieran conocido hasta ahora.

Durante los primeros minutos, se nos situará en el contexto de forma clara y concisa, para entender el motivo de su estilo visual a lo documental, además de presentar los perfiles protagonistas.
A partir de este momento, el espectador comenzará a empatizar con los dos jóvenes actores mientras la historia coge forma y gana en matices, ya sea en cuanto a su carácter de cine de terror, como de thriller y drama. Sin olvidar cierto toque cómico que a pesar de parecer un lastre al principio conforme avanzan los minutos se convertirá en un compañero de viaje ideal en esta sólida y sórdida historia que balancea de forma inteligente nuestra percepción del terror.


Parece que el bueno de Shyamalan vuelve a demostrar su pericia tras las cámaras, con un enfoque de la acción minucioso, unas escenas con su carga de tensión justa y sus trampas narrativas a las que nos tiene acostumbrados, giros incluidos.

Cierto es que tiene detalles que pueden no gustar, como la en ocasiones "excesiva" calidad visual de las tomas viendo el equipo que se utiliza o algún detalle de guión que puede ser débil o fácilmente detectable, pero en general funciona muy bien y cierra una historia de forma más que digna, con algunas escenas que recuerdan a lo mejor del director.

Puede que no tenga el calado y la profundidad a la que nos acostumbró en sus primeros trabajos, o la belleza onírica y visual de La joven del agua o El bosque, pero desde luego el director parece trabajar mucho mejor alejado del Hollywood esencialmente más comercial.

Un saludo.