21 de septiembre de 2015

Sirena Varada

La tormenta de la noche anterior dio paso a un día radiante, de cierto frescor matutino que invitaba a recorrer la enorme distancia hasta Williamsburg, pasando por Outer Banks y aprovechando esas famosas (y kilométricas) playas de North Carolina.


En los moteles es normal que venga incluido el desayuno, por lo menos en las cadena tipo Super 8. En cualquier caso, el desayuno suele ser el continental, con zumos, café americano (aguado), tostadas, la maldita crema de cacachuetes (es como comer turrón del blando todos los días), cereales, té, leche y alguna pasta.

De camino a Outer comenzó el desfile de casas, iglesias, grupos de moteros, el chico de los periódicos en las típicas urbanizaciones americanas rollo ET, el bar de carretera, el bar chungo de carretera, la cafetería donde Rose te sirve cuantas veces quieras el café con una amplia sonrisa (luego vendrá la propina)...este tipo de cosas nos las encontramos durante el resto del viaje, donde no paramos de girar las cabezas una y otra vez y donde mi frustración como fotógrafo alcanzó niveles absurdos por no poder pararme con el coche cada 5 minutos.
Un espectáculo de esa América para nosotros desconocida, profunda e implacable en cuanto a sus costumbres e idiosincrasia. Lo flipamos todo el viaje, es  inútil repetirse, sencillamente toda una experiencia en carretera donde únicamente los momentos en los que teníamos que atender al gps nos sacaban de aquella película.

Ahora que menciono al gps, en esta ocasión nos hicimos con una tarjeta prepago de AT&T que nos facilitó 1,5Gb de datos por unos 30 dólares y que nos permitía disponer de navegación continua para poder hacer esas consultas sobre traducciones, platos y lugares famosos. Tripadvisor y apps similares, así como Google Maps se han convertido en herramientas básicas de todo viajero, ya sea para buscar un lugar, un restaurante o un hotel en las cercanías de tu posición.

Y finalmente llegamos a Outer Banks, atravesando puentes de hormigón kilométricos que se perdían en la distancia mientras entrábamos en ese conjunto de islas y nos rodeaban las dunas de arena con algún "pueblecito" o asentamiento esporádico donde las casitas multi colores se asentaban prácticamente a pie de playa, con esos característicos pilares de madera que sustentan la estructura, esos muelles que llevan a un mirador y distancias infinitas que se perdían en un horizonte celeste que chocaba con el mar esmeralda.


La  madre que nos trajo.

Antes de perdernos en "una" de las playas, nos metimos en un garito a comprar algo de beber y para picar, ya que la idea era quedarnos hasta bien entrada la tarde. Allí pillamos entre surferos y abueletes veteranos con gorras de béisbol uno de esos extraños brebajes que llaman cerveza mezclada con frutas como frambuesas y cosas así, en su mayoría latas de 750ml por cierto.
Encontramos un lugar donde dejar el coche y atravesamos caminando entre dunas hasta llegar a una playa prácticamente vacía, un lugar donde relajarse y pasar unas horas a remojo al fin y al cabo.

Antes de partir, con las pilas bien cargadas, se me ocurrió la feliz idea de pararme en "el arcén" para hacer unas fotos de unas casitas muy monas a contra luz, y digo arcén porque en realidad era una señora duna donde el coche quedó atrapado prácticamente hasta el morro del vehículo debido a que cuando me di cuenta intenté dar marcha atrás y cada vez quedaba más enterrado, uno de esos momentos en los que guardas la compostura como un señor y no te lías a maldecir hasta a las gaviotas que pasaban por allí además de lanzarte como un desesperado para intentar desenterrar la maldita rueda o buscar algo con lo que hacer suelo y que deslice.
Pues bien, con el móvil ya para llamar a emergencias (y mentalizándome para explicarle que estaba en el kilómetro X de la duna X junto al matorral X y una casita muy guapa) aparecieron dos campeones y pararon justo delante nuestro.
Yo esperaba un "qué ha ocurrido amigo?" pero en lugar de esto vi que uno de ellos comenzaba a sacar unas correas y cadenas del maletero y el otro me comentaba algo en castellano.
Básicamente es algo que le sucede a muchísima gente en la zona y son patrullas que se dedican a dar vueltas por si ven algún caso, enchufan las cadenas y remolcan el vehículo fuera de la arena.
Tras un "vayan con cuidado" y yo con cara de fliparlo nos quedamos con el coche listo para seguir y con una flor en el culo considerable.
El coche debió quedar llenito de arena en la parte baja porque durante los siguientes kilómetros solo se escuchaba la arena caer por todas partes.
Cuando ya pensaba en buscar un sitio para pasarle el manguerazo, el manguerazo vino del cielo en forma de tormentazo del quince, nivel ++ por encima del día anterior (y ya es), por fortuna no nos pilló todo el camino y tan solo tuve que ir con los ojos achinados a lo Keanu Reeves durante unos cuantos eternos kilómetros mientras Eli me guiaba con el GPS en las curvas, rollo izquierda-ras-barro.


Llegamos a Williamsburg entrada la noche, salí del coche, besé el suelo y paramos en un 7 Eleven donde ofertaban perritos a 1 dólar que acompañamos con ensaladas de esas de vending, por aquello de comer algo "fresco".
Check-in en el motel con señora que parecía la abuela de Will Smith y a dormir. Mañana más,  pero no mejor, porque es imposible.

Un saludo.

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