16 de septiembre de 2015

New Orleans

Nueva Orleans es música, es arte en múltiples manifestaciones, es decadencia, es comida criolla, es esoterismo, es el Mississippi, es el sur, es Luisiana.


El camino del aeropuerto fue mediante el servicio supershuttle,  un servicio "shared-van" mediante el que contratas un round-trip de ida/vuelta o solo ida desde/hasta el aeropuerto al hotel. Es una opción económica si no se quiere uno liar con transportes públicos muy muy lentos o a pelearse con taxistas y posibles estafas en las tarifas o directamente tarifas desorbitadas.
Para hacerse una idea, que te dejen/recojan en el hotel desde el aeropuerto cuesta unos 38 dólares, un precio aceptable bajo mi punto de vista para la comodidad que supone, sobre todo si no se dispone de mucho tiempo en la ciudad.

Reconozco que tras dejar el cobijo del hotel Blake en el distrito financiero, nos (o igual me) embargó cierto temor, inseguridad e incluso frialdad, por lo vacío de las calles, y cierta desolación que vimos en el trayecto desde el aeropuerto. Es increíble como apenas en horas todo se transformaría en vida que o bien no veía, o bien no entendía.

Irrumpimos en Canal Street tras pocos minutos de camino a través de edificios de oficinas, chiquillos al lado de los de Nueva York, pero igualmente imponentes frente a los de nuestra tierra.
Es ahí cuando comienza cierto run run, los primeros acordes, el tranvía rojo que atraviesa la avenida, las licorerías, el negro armario ropero con medallones en el pecho, el vagabundo de la esquina con el letrero pegado a las manos, el casino con su entrada enorme justo al lado del Hilton, para que sus clientes no tengan que pasar demasiada calor entre timba y timba, el Predicador del todo vaticinando el fin de los días.

Medio acongojados llegamos al paseo que da al Mississippi, y ahí estaba, el mítico río surcando por el característico barco de hélices rojas, la tarde comenzó a caer y todo se volvió de tonos rosados, el aroma a comida recién hecha, un tipo tocando el saxo allá en el crossroad de las vías, fue allí cuando nos relajamos, comenzamos a caminar con una brisa muy agradable y llegamos a Conti con Front Street donde una multitud surgió desde la lejanía celebrando una boda a lo grande, con banda de música, pañuelos al viento, gente riendo, una suerte de rick-shaw donde llevaban a los más mayores mientras fumaban pipas, estilazo, genio y figura hasta la puta sepultura.


A partir de entonces todo fue atravesar calles en el French Quarter, escuchar música en cualquier garito que te imagines, alucinar con el estilo de sus casas, de esos balcones llenos de vida, de coches imposibles, de gente cuyo estado emocional parecía una montaña rusa...y Bourbon Street, un despiporre de fiesta, gente y garitos donde atronaban grupos de cualquier tipo y tendencia desde altares abarrotados por una multitud entregada, un lugar donde no te queda otra que quedarte con la boca abierta, girar en modo peonza y flipar con el tremendo fiestón (era sábado encima) que se gestaba en ese lugar. La sensación es parecida a cuando uno se topa con Times Square por vez primera, pero con bastante mejor banda sonora y cierta sensación de proximidad con todo el mundo...

Los siguientes días los ocupamos en visitar los pantanos de las cercanías, navegando en barca a través de caimanes, tumbas con cruces de madera semi clavadas en montículos abandonados, vegetación que parecía salir de las entrañas del agua y elevarse hacia las alturas en interminables pasillos de agua, serpientes y alimañas de todo tipo.
Visitamos Oak Alley, una casa señorial situada en la típica plantación sureña con su famosa entrada imposible, que es presentada tras un pequeño discurso de una guía de la misma casa. Tan solo decir "con todos ustedes, Oak Alley", y al abrir ese pequeño portón la imagen queda grabada en la retina como una de las postales más bellas que pueda uno tirarse a la cara. Y ella sabía perfectamente que no iba a defraudar.


Atravesamos carreteras con plantaciones de maíz, de caña de azúcar, con barracas de todo tipo, con casas extravagantes, guetos...y de golpe nos encontrábamos de crucero por el Mississippi en uno de esos barcos réplicas de los de antaño sentados en una mesita tomando una cerveza "lite" escuchando jazz en directo, mientras el barco se ponía en movimiento a eso de las 19h para regalarnos una de esas puestas de sol que no se olvidan, con Nueva Orleans desapareciendo en la distancia, con la música, la brisa y la sonrisa de mucha gente disfrutando del viaje.

Sobre el tema del crucero, existen distintos horarios y modalidades. Los hay por la mañana, a medio día y por la tarde, con cena o sin cena.
Bajo mi punto de vista, el único que creo merece la pena es el nocturno y sin cena, cuyo precio ya es algo elevado pero como entra el concierto de jazz en directo y si encima hace una tarde como la que tuvimos, es un regalo para los sentidos.
El resto de horas sinceramente, no creo que el paisaje merezca la pena con un sol abrasador y sin música. En cuanto a la comida, es un buffet muy normalito, casi mejor degustar después en cualquier sitio alguna delicia como el gumbo, las ostras o los cangrejos, en cualquiera de las variedades en las que presentan los platos. Y ojo, que son muy brutos, y si no lo son donde habéis entrado, no volváis al sitio.

Como dije al principio, pasado el primer día ya estábamos totalmente familiarizados con la ciudad, paseando por cualquier sitio (con sentido común), visitando el Garden District y la casa donde se rodó American Horror Story, pateando a última hora la Frenchmen Street (donde realmente se vive la música en directo, más que en Bourbon Street según los lugareños) y viviendo el ambiente de una de las ciudades más impactantes que hemos visto.

Una ciudad inolvidable, llena de matices, de color y también de excesos, pero con un arraigo cultural muy potente donde tienen cabida infinidad de tendencias y en la que todavía se percibe el amor incontestable hacia la música y el arte.

Un saludo.




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