6 de agosto de 2011

Adiós a la perla del Véneto


Después de almorzar caminamos hacia el norte de Cannoregio hacia una parada de Vaporetto que nos llevaría a Burano.

El sistema de transportes es bastante sencillo. Son lineas de colores como la del metro y los pases van, desde el billete sencillo hasta los bonos por horas, días, etc.

Puedes comprar el ticket en estancos, quioscos o en algunas terminales como la de la estación de Sta. Lucía. El precio es de 6e el billete sencillo, pasando por el bono diario de 16e. En nuestra opinión no es barato, y aunque lo ideal en Venecia es caminar, por trayectos tan cortos cobrar 6e es algo excesivo.

Pillamos el Vaporetto del a línea N (la amarilla) y nos paseamos entre islotes, el cementerio de Venecia, que es, como no podía ser de otra manera, otra isla. Tiene un pinta fantástica por cierto, pero no vimos actividad alguna (ejem) para poder visitarlo.

Llegamos a Burano. Una gran plaza da paso a una calle de comercios de turisteo. Al volver la primera calle nos topamos con un pueblo que parecía diseñado por Tim Burton.

Burano es un pequeño islote de pescadores, con sus canales venecianos y puentes de madera en su mayoría y edificios pequeñitos de colores. Lilas, verdes, rojos, azules, amarillos...una orgía de color a cada cual más bonito. Parece que Murano, isla más famosa que Burano en principio ha dejado escapar visitas en este lugar por lo que sabemos. Y damos fe, porque gente había. Pero como siempre, callejear te aleja bastante de la marabunta.

Tras pasear un ratillo vimos un super en el que nos metimos para comprar algo de pan, embutidos y hacer un picnic. Pudimos ver los precios que gastan los lugareños a la hora de hacer la compra. Por ejemplo, tres cervezas Moretti salen por poco más de 2e. En los bares alcanzan los 3e la copa y la botella 5e. Una entrañable señora muy italiana ella nos atendió a la hora de pagar los embutidos. Era la típica señora con acento cantarín y con un crío pegado a su lado que se empeñaba en meter las manos en la caja registradora mientras ella le impedía que cogiera los billetes con reproches muy italianos. De friqui el momento. Muy grande.

Por 16e nos llevamos queso, jamón cocido, jamón curado, olivas, ganchitos, agua y dos bolsas de paninis para hacer los bocatas.

Nos quedamos en una zona ajardinada en el extremo norte de la isla. Un sitio tranquilo no, lo siguiente. Silencio total, el mar de fondo, una torre a nuestras espaldas muy (pero muy) inclinada. Fantástico.

Como a los compis se les hacía tarde, volvimos a Venecia y finalmente nos despedimos en la estación de Santa Lucía. Nos lo hemos pasado muy bien estos dos días, creo que todos nos llevamos una muy buena experiencia de este lugar.

De nuevo solos ante el peligro, y como teníamos bastante tiempo, decidimos volver a la zona dell'Academia para tirar algunas fotos con luz crepuscular (decidimos es un decir, obligué a Eli, para qué engañarnos). Saciada mi petición friki del día. Volvimos a por las mochilas al hostel y nos fuimos para la estación. Probamos el último helado y granizado de italia y tras estar sentados en las escalinatas un rato y contemplar la vida veneciana por última vez, nos fuimos para nuestro tren litera.

Durante muchos años hemos escuchado muchas cosas sobre Venecia, que huele mal, que no es para tanto, que defrauda, que es maravillosa, que es muy cara, que es mágica, que es única...

Nuestra opinión es que es de esos lugares especiales. Por el mundo, muchas ciudades se jactan de ser, como ya hemos comentado, la Venecia de oriente, de poniente y de muchos entes. Pero si por algo se dice “la Venecia” es por que es única.

No podemos entender, como cualquier persona, cosa o animal no se estremezca al caminar por esos canales, atravesar esos puentes bañados por una luz radiante. Ver esos edificios medio derruidos en los que unas plantas perfectamente colocadas aguantan el tirón. Portales que dan directamente al agua, color turquesa y brillante por las tardes. Por la noche se convierte en una ciudad iluminada, tranquila, serena, de misterio como quien dice.
Tiene tantos detalles por sus calles que se hace difícil reparar en todos (imposible).

Cierto es, que por ejemplo, no tiene sentido pararse a hacer fotos cada vez que pasa uno un puente. Aunque den ganas. Más que nada porque el estilo es parecido, pero siempre hay algún detalle, algún toque de color o forma que llama la atención.

Nuestra opinión es que es un sitio único.

Ya en el tren, y contemplando la luna sobre la costa de Venecia, nos vamos a Viena.

Un saludo!

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