14 de agosto de 2010

Templos, bosques y veladas en Kyoto

Kyoto Día 2

Dormimos como Dios. Ya era hora de pasar una noche en condiciones.
Bajamos a eso de las 8 para desayunar en el ryokan, ya que nos ofrecieron por 400y un menú de sándwich, café y zumo y tenía buena pinta.

Una vez almorzados decidimos irnos hacia el pabellón dorado Kinkakuji, al norte de Kyoto. Para llegar a él pillamos el bus (ya dominamos las combinaciones) con un bono que sacamos por 500y cada uno y que nos sirve par viajar por toda la red de paradas (excepto algunas indicadas en el mapa) de forma ilimitada durante un día.

Nada más llegar a la parada de Kinkankuji-Michi ya vimos que un montonazo de gente se metía en el complejo, pintaba muy guiri el asunto, pero evidentemente es lo que nos vamos a encontrar en casi todos los sitios.

Atravesamos un pequeño claro y sacamos los tickets para acceder, 400y cada uno.
Nada más pasar la puerta de entrada y al girar un poco a la izquierda te topas de lleno con el edificio dorado, flotando en mitad de un estanque de agua y rodeado de vegetación. La foto de postal.

El reflejo en el agua le da un aire muy a lo templo dorado de Amritsar aunque en marcos diferentes, pero nos recordó mucho.
Estuvimos haciendo un huevo de fotos desde una parte en la que tienen al “ganado” deleitándose de las estupendas vistas (lástima de la época del año, en la que no luce el follaje como en otoño o primavera probablemente).
Luego nos movimos y atravesamos unos jardines mientras a nuestras espaldas quedaba el complejo, resultaba difícil no girarse para echar esa foto desde otro ángulo, el templo es precioso la verdad, laminado en oro en su parte superior y con el típico estilo japonés en su parte baja, de madera.

Paseamos a través de jardines, llegando a una casita del té en mitad de los árboles y alguna tienda que otra de souvenirs, atestada de gente.
Salimos del recinto y pillamos el bus para seguir nuestra ruta de templos del día, ahora tocaba el Ryoanji, a un kilómetro de distancia más o menos.

Accedimos al templo (500y cada uno, aquí no vale la jugada de estudiante, son demasiado listos!) después de pasar los jardincillos de turno y al poco nos encontramos con la sala principal y la mayor atracción del lugar, un jardín seco (kare-sansui) en la que 15 rocas descansan sobre un “mar” de arena. El sitio es hipnótico y a pesar de estar bastante lleno de gente no hay problemas en sentarse (hay que descalzarse al entrar en la mayoría de sitios) y dejarse llevar por el rollo zen, además la gente es bastante respetuosa y no arman excesivo jaleo, con lo que la experiencia gana enteros.....las líneas que trazan la arena perfectamente colocada y bordeando las rocas como si fueran pequeños islotes te dejan ko...a Eli tuve que decirle unas cuantas veces que teníamos que seguir.

Además del famoso “jardín”, la estancia tiene otros jardines muy cuidados y que pasear por ellos resulta bastante gratificante, sobre todo cuando uno pierde al grupillo de turno y queda envuelto en el “silencio” de las chicharras.

El siguiente lugar que queríamos visitar, más que un templo es un lugar, el bosque de bambú que queda al norte del templo de Tenryu-Ji, algo más alejado y ya en el distrito de Arashima (pero en la parte noroeste de todas formas).

De nuevo pillamos bus y nos dejó en la misma puerta del sitio (esto está preparado para subir al bus, bajar bus, ver templo, fliparlo, comprar souvenir, subir bus....)...como no teníamos muy claro donde quedaba la zona del bosque de bambú preguntamos a la recepcionista del sitio y nos dio un mapa en el que indicaba que estaba en la parte norte del templo...ya que estábamos decidimos entrar, atravesarlo y ver el bosque.

Antes decidimos comer algo en unos puestos que habían al cruzar la calle, vendían unos fideos y unas crepes que llevaban creemos prácticamente un 80% de los alimentos que existen en el planeta (no sabemos como hizo para meter ahí tal cantidad de cosas el jefe) por unos 500y cada plato (y 300 la birra!)...nos pusimos hasta las cejas, los platos eran bastante generosos y estaban buenísimos.

Ya comidos nos metimos en el templo y dimos con una estancia en la que te podías meter en una habitación enorme toda con tatami en la que las puertas de papel de arroz típicas japos estaban abiertas y daban a los jardines...las vistas y la sensación merecían que nos sentáramos un buen rato por ahí tirados mientras disfrutamos de unas vistas a los jardines y al estanque muy idílicas. Por cierto, al entrar te dejan unas zapatillas no aptas para quien tenga más de un 40.

Después nos fuimos atravesando los jardines y llegamos a la parte norte, salimos y vimos un bosquecillo de bambú que nos desilusionó bastante....pensábamos que estaríamos envueltos por todos lados pero tan sólo era en una parte del templo....pero eso cambió al salir por la entrada norte. De golpe nos encontramos en un sendero sin apenas gente y con árboles de bambú por todas partes, la sensación era tremenda, increíble....una de las cosas que más me apetecía era mirar hacia arriba y ver como el bambú crecía por todos lados dándole al tema una atmósfera muy a lo samurai. Grandioso. Parecía que en cualquier momento aparecería por ahí un Ronin pegando espadazos. De cine. El objetivo del ojo de pez echaba humo.

Caminamos un buen rato y miraras donde miraras veías interminable bosque con bambúes de tallo enorme y que se perdían hasta donde alcanzaba la vista.

Salimos del bosque y mientras regresábamos hacia la zona de la calle principal (llevábamos ya un buen rato solos) nos topamos con otra de las cosas que nos hacía gracia ver, un cementerio típico japo. Alucinante.

De golpe nos vimos envueltos por todas partes de las típicas “lápidas” de forma vertical y con los símbolos japos garabateados, todas forman un paisaje precioso y lleno de pequeñas tablillas, flores, incienso, pequeños cuencos de agua...vimos a gente lavando algunas (compran un kit de cubo y cazo y lanzan la “cazada” sobre la lápida) y nos perdimos por la infinidad de pasillos estrechos...
Ni qué decir tiene que tuve que sacar a Eli a rastras de nuevo de ese lugar porque el tema le pirra.

Seguimos caminando y vimos algunas casas que tenían incluso las lápidas en su jardín o en la misma puerta, de friki.

Ya en la calle principal compramos un dulce de arroz al vapor caramelizado (no tenía ni idea de qué era, pero nos enteramos más tarde en la velada del día) que estaba de muerte y nos fuimos con el bus hasta la misma estación que tenemos justo al lado del ryokan.

Después del tute “templario” decidimos enviarle un mail a Jordi para quedar uno de estos días que estamos por aquí y hacer una cenita, al final decidimos quedar para esa misma noche.

A eso de las 8 nos reunimos en la puerta del Ryokan, Jordi, su mujer Mikiko y nosotros dos. Nos hizo mucha ilusión después de tantos correos de intercambio con información (conseguimos el ryokan gracias a que nos pasaron la información ellos) el conocernos por fin, es algo muy especial encontrarte con alguien conocido en un lugar tan remoto.

Nos comentaron qué tipo de comida nos apetecía para la cena y como no era cuestión de pedir pan con tomate y jamón serrano pues decidimos entre todos ir a un sitio al norte (o eso creemos, porque callejeamos tanto que casi me cojo al brazo del amigo para volver por miedo a perdernos) en el que se tapeaba bien. Mikiko desapareció durante un momento y cuando llegamos al lugar estaba en la puerta haciendo cola (nah, se adelantó en bici para intentar pillar sitio)...como había mucha gente nos llevaron a otro lugar en el que lo flipamos bastante.

De golpe Jordi se para, me señala un cartel y me dice “ahí pone cañas de cerveza”...miramos hacia la derecha en donde se supone que señalaba y tan sólo vimos un parking....ya estábamos pensando en salir pitando de allí cuando vimos que hablaban con un señor y les decía que lo siguiéramos...bajamos por unas escaleras (yo iba pensando en las pelis esas en las que los chinos ponen locales ilegales del juego) y nos topamos con un restaurante...”este tiene que ser bueno” pensé.

Al grito unísono de “bienvenidos” (lo grita hasta el gato al entrar) nos metieron al fondo del local en unas mesitas rollo tatami con el fondo abierto para meter las piernas que estaba de muerte, un sitio muy chulo y separados por unos biombos mientras a los lados la juventud se ponía ciega (literalmente, porque más tarde veríamos a unos tíos tendidos panza arriba en el sitio) de comer y beber.

La velada fue estupenda, lo pasamos en grande y nos reímos como nunca (sobre todo ellos, que se lo pasan teta con nuestras calamidades!). Comimos un porrón y medio de pinchos de todo tipo, de cebolla rebozada, raíces de Loto, pollo, cerdo....tendones de pollo (mamón!, el tío se esperó a que nos los comiéramos para decirnos lo que era!) y bebidas de lo más extraño como gaseosa con leche (que está que te cagas) y alcoholes varios...y digo varios porque cenamos con birras y un combinado que toma Jordi (que me pedí porque estaba de vicio, ya me recordará la mezcla) y de golpe apareció el camarero con una hoja en la que aparecía las caras de los trabajadores del local y unas hojas para que escribiéramos un número (¿?¿?).

Al parecer era para escoger al más guapo del local o para ver si éramos capaces de reconocer al que nos había servido...dimos en el clavo y nos tocaron bebidas gratis...unos combinados que nos tomamos mientras charlamos (bueno, en realidad nos tiramos hablando desde que salimos del hotel) sobre el país, los viajes, la cultura en general japo e historias propias. La verdad es que nos resultó muy gratificante y aprendimos un huevo de cosas de la mano de dos personas que viven en sus carnes esta peculiar cultura....la historia de la moto fue grande.

Nos llevaron hasta el hotel y nos hicimos algunas fotos por la calle y en el hotel para enviárselas también a Iolanda, que sabemos le hará ilusión vernos con su amigo de la infancia. (que lo hayamos visto nosotros antes que tú....)

Muchas gracias a los dos por la estupenda velada, y chin-chin!

Mañana Kobe y Osaka.

Un saludo!.

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