14 de enero de 2011

Mediterráneo

Tenemos la suerte de vivir cerca del mar y, aunque no solemos prodigarnos demasiado en verano por las aglomeraciones que se montan, siempre que uno puede se acerca en esos domingos soleados otoñales o de primavera o, por qué no, en esos inviernos en los que la soledad azota las costas y los paseos aparecen desiertos salvo por algún viejo marinero con su gorra y mirada ruda, cada vez menos, pero alguno queda...


Los tiempos cambian, pero todavía recuerdo esos viajes interminables en coche por la costa, apretujado con mis hermanos, los bártulos... y con las ventanillas bajadas mientras en la radio sonaba lo que nos recordaba dónde habíamos nacido.

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