16 de mayo de 2015

Mad Max: Fury Road

George Miller resucita su propia criatura tras haber pasado 30 años desde que cerrara la famosa trilogía interpretada por Mel Gibson.


Como si de una continuación directa tras la Cúpula del Trueno se tratase, Fury Road nos sitúa de lleno a espaldas de Max, en un plano fantástico que parece beber de westerns como Centauros del desierto, entre el tormento de su pasado y la lucha por la supervivencia en el "mismo" mundo hostil que ya vimos en las anteriores entregas. 
A partir de ahí lo aconsejable es abrocharse el cinturón y dejarse llevar por su endiablado ritmo durante sus dos horas de duración a lomos de una solvente Charlize Theron, de un Tom Hardy cumplidor aunque con algo menos de carisma que Gibson, y de Hugh Keay-Byrne como Inmortan Joe, una suerte de mesías para la muchedumbre y que representa el control dictatorial en esa locura de sociedad establecida.

Parece como si Miller hubiese podido por fin liberarse de todas esas ideas que, o bien por falta de experiencia o bien (esto sin duda) por imposibilidades técnicas de la época, se quedaron en el tintero en su trilogía original, ya que el desparrame de acción y potencia tanto visual como sonora de la que hace gala tan solo parece posible teniendo muy bien pensado el universo de Max.
Un universo que inspiró a muchas obras post apocalípticas que llegaron posteriormente tanto en el mundo del celuloide como en el cómic, como la obra ultra violenta y de inspiración directa del dúo japonés Buronson/Hara, First of the North Star, y que hace soñar con una adaptación digna tomando como ejemplo lo conseguido por Miller.


Prácticamente no hay respiro, se podría decir que la cinta es una persecución sin descanso, en el que tan solo sucede un pequeño receso llegados a cierto punto para volver a rematarnos con unas secuencias finales sencillamente acojonantes.
Es en este momento en el que todo queda en calma donde parece peligrar la estructura, pero pronto aceptamos que la historia únicamente pretende un pequeño empujón narrativo para terminar de atar cabos y darle sentido a esa batalla interna que sufren los protagonistas. Historia de la que tan solo a fogonazos se nos ha ido informando, en todo un alarde de ritmo, de no sacrificar la esencia del film que no es otra que la acción pura y dura envuelta en la demencia humana.

Mad Max es un entretenimiento de primera, con una factura técnica brutal (pero mucho) y con unos diseños esperpénticos pero aparentemente funcionales en la que solo flaquea cierta moraleja en su cierre, como si Paulo Coelho hubiera tomado las riendas de la historia en algún momento y peligrosamente pueda parecer ingenua y predecible al fin y al cabo. Pero es un punto débil tenue, y desde luego brillan mucho más el resto de bondades.

Un saludo.





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