6 de octubre de 2014

La Isla Mínima

Alberto Rodríguez lima ciertos aspectos de su estilo seco, de personajes corruptos y sombríos para presentar todo un thriller ambientado en los primeros años de la democracia española. Parece que a Rodríguez le van los ochenta.

En un pueblo de las marismas del Guadalquivir, la desaparición de dos jóvenes será investigada por un par de inspectores enviados desde Madrid con personalidades bien diferenciadas.


El director construye una historia dura, con una ambientación fantástica, que utiliza un entorno único y que gracias a una utilización cojonuda entre tomas cenitales y de horizontes sesgados crepusculares, hace que en ocasiones no sepamos si estamos en Andalucía o en esos entornos típicos de Louisiana y de producciones tipo True Detective, cuyas referencias son evidentes, ya sea queriendo o sin querer, porque en el imaginario colectivo de cualquiera que ha visto la serie protagonizada por McConaughey es imposible que no se establezcan paralelismos.

Una de las grandes características que tiene la cinta en cualquier caso es que en casi ningún momento pierde el norte de en dónde se encuentra, retratando una sociedad peculiar, que todavía sufren los ecos de unos acontecimientos históricos que se resisten a desaparecer del todo y unos personajes con la justa profundidad y que ya en su Grupo 7 supo gestionar de forma notable.

Además de su fantástica ambientación, de una fotografía brutal y de un ritmo muy conseguido, sin duda nada sería igual si la pareja protagonista no funcionase, y lo hace en gran medida por un Javier Gutiérrez que hace un papel muy completo, a pesar de ciertos tópicos del género.
Estos tópicos son los que pueden hacer tambalear un poco el resultado final, aunque son leves y en ningún caso sangrantes, pero sí que son visibles y le restan algo de frescura o de propuesta algo más arriesgada.


A pesar de estos detalles, es de agradecer como digo el trato que se le ha dado a la imagen en la cinta, la sobriedad con la que se lleva un guión bastante sólido y en definitiva a saber no caer en la tentadora y cañí chabacanería por tal de no querer parecerse demasiado a ciertos productos del cine yanki.
Por fortuna, se consigue tener la suficiente personalidad propia.

Un saludo.

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