Durante la noche me
desperté una vez tan sólo para ver cómo en alguna zona cercana
sucedía una tormenta de mil pares, en ocasiones casi se hacía de
día por los relámpagos, pero como el barco ni se movía supuse que
sería en otro lugar, estamos curados de espanto ya.
A las 5 y media de la
mañana ya estábamos en pie para ver el amanecer, aunque estaba algo
nublado y tan sólo pudimos ver algún rayo de luz atravesar el
cúmulo de nubes. Una lástima, pero de todas formas el lugar no
dejaba de ser espectacular, ya que una densa neblina cubría las
moles que nos rodeaban y le daba al lugar un aspecto un poco
fantasmagórico, ideal para Eli que le encantan estas cosas, en su
salsa.
A eso de las 7
desayunamos a bordo mientras navegábamos hacia una de las villas de
pescadores de la zona, donde además de vivir de la pesca, recolectan
perlas.
El paseito fantástico,
a pesar de que comenzó a llover, no muy fuerte, pero sí lo
suficiente como para que no pudiéramos bañarnos por la zona, así
que fuimos directamente a la villa de los pescadores, donde nos
llevaron en canoa para que viéramos cómo viven y nos paramos en una
villa para poder ver alguna escuela y cómo son las casas por dentro,
la verdad es que no deja de ser interesante pero parece un poco circo
turístico todo, vale que esa gente vivía ahí antes de que la zona
se convirtiera en un plató de televisión, pero vamos, que deja una
impresión como de que los utilizan como reclamo turístico de forma
un poco exagerada.
Ellos por supuesto
pasan de todo, eso sí, no pierden la sonrisa y resultan muy amables.
Ya de vuelta al
barquito navegamos por entre los islotes y a eso de las 10 nos
ofrecieron un menú a la carta para sobre las 11 y pico llegar al
punto de partida, donde todos se despidieron de nosotros dando un
discurso en perfecto vietnamita (esta vez procuramos no reírnos) y
así poner punto y final a esta experiencia.
Qué decir, pues que es
un lujo que nos queríamos dar y que evidentemente navegar por entre
esas maravillas, con ese juego de luces, ese ambiente, esa
atención...a quién no le gustaría?
Poco más que añadir,
no obviaré tampoco que existe cierto tufillo a turisteo en algunas
actividades, pero a pesar de ello, todo va acompañado de algo que lo
hace único, con lo que inevitablemente el disfrute está asegurado.
Ya en tierra nuestro
chófer nos llevó de nuevo hasta la estación de Hanói, donde sobre
las 17h nos recogería un coche para llevarnos a Ninh Binh.
Se puede ir desde
Halong a Ninh Binh directamente, pero la combinación que hay que
realizar en muchos lugares había leído que era un poco liosa y que
se perdía menos tiempo yendo a Hanói (porque la autopista es en
línea recta básicamente) que serpenteando los caminos costeros que
llevan al destino.
Nos recogió Marty
MacFly en versión vietnamita y nos llevó a toda hostia a través de
una autopista en la que de vez en cuando algún bache hacía que
nuestro coche pareciera una atracción de Port Aventura.
Una vez fuera de la
misma, el desvío hacia Ninh Binh pasaba por unas carreteras algo más
rurales y entre la falta de iluminación y el tráfico a lo loco del
lugar nos recordó a lo bestia lo vivido ahora hacía 5 años de
camino entre Guilin y Yangshuo, por aquella carretera de tierra en la
que casi nos da algo a Eli y a mi.
Finalmente llegamos al
hotel, un resort a las afueras de Ninh Binh y pegadito a la zona que
queríamos visitar, Tam Coc, tan pegadito que el sitio está justo en
medio de las montañas kársticas, con lo que uno está en la piscina
y de fondo tiene ese paisaje marciano. Fantástico, brutal,
estonopuedeestarpasándonos...
Apenas pudimos hacer
gran cosa ya por la tarde, así que nos fuimos al restaurante,
cenamos y nos relajamos tumbados en las hamacas viendo otro de esos
cielos estrellados que auguran un día de esos despejados, y por Dios
que estuvo despejado...
Un saludo!
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