A las 7 de
la mañana ahí estábamos en la puerta para visitar uno de los
mercados flotantes que existen en las afueras de Bangkok.
Tras
echarle un ojo a las posibilidades de hacerlo por libre, la verdad es
que no nos pareció mala idea contratarlo para olvidarnos un poco de
tanto transporte y sobre todo perder demasiado tiempo. Así que nos
pusimos en manos de la versión de Gangnam Style en tailandés, muy
salado el hombre y además pues nos dio algunos datos como el coste
un poco de la vida en Bangkok (7000 bahts por un alquiler, etc.) y
además tuvo el detalle de parar para que vieramos uno de esos
mercados que están en mitad de las vías del tren, los risky
markets.
La
excursión salió por unos 30 euros por cabeza y bueno, está bien,
pero como siempre te dan una de cal y otra de arena.
Lo bueno
sin duda fue la experiencia en el mercado flotante, la mala que en la
ida y en la vuelta, a pesar de la intención didáctica del guía
para enseñarnos algunas costumbres, pues te meten de relleno la
visita a la tienda de marras. No es que no lo entendamos, es más por
la pérdida de tiempo.
En fin, la
primera parada fue en unas casas donde los lugareños tratan el coco
para crear desde azúcar a la famosa leche de coco tan utilizada en
las sopas. El tipo se sentó, raspó un coco, lo exprimió y salió
lógicamente el líquido. Imagino que la gente debe de tener un saber
estar del que yo carezco, pero la peña soltó un “oohh” que a mí
me dejó helado, es decir, por Dios, si el tipo saca oro de ahí yo
es que le compro el disco...quiero creer que era un “ooh”
irónico.
Después
de la magistral clase del uso del coco llegó lo bueno. Cerca del
lugar llegamos a un embarcadero y nos llevaron a través de unos
canales pasando por casas flotantes de todo tipo, algunas cubiertas
de flores, otras con las barcas a medio hacer, pescadores...el sitio
fantástico, los canales parecían sacados de Apocalipse Now.
Al cabo de
un rato de serpentearlos, llegamos a lo que es el centro del mercado,
fantástico, una orgía de canoas y gente vendiendo de todo, desde
pescado a postres, carnes, fruta y por supuesto el gato ese que
saluda con la mano.
El sitio
es un poco hiptnótico, es decir, no es que vendan nada del otro
jueves, pero tiene un encanto especial y la postal que forma la
escena es digna de ver en movimiento. El momento de crisis vino
cuando nos apeamos de las “lanchas” (parecida a la express que
pillamos el día anterior) y nuestro guía experto en exprimir cocos
dijo que nos íbamos a otra parte del mercado a lo que yo le dije que
a la otra parte del mercado se iba Rita la cantaora, antes nos
teníamos que subir en una de esas canoas típicas y atravesar esa
marabunta de gente.
Al parecer
el plan era bordear el mercado, entre tiendas y demás, pero no
meternos en las canoas. Al final por 300 bahts tuvimos nuestro paseo
atravesando el gentío y en primera persona. La experiencia merece
mucho la pena, el sitio es tremendamente dinámico y no te acabas
todo lo que ves.
Ya de
vuelta al grupito regresamos hacia Bangkok no sin antes parar ootra
vez en un sitio donde hacían tallas en la madera. Muy currado, los
trabajos realmente eran impresionantes, casi tanto como la tienda que
vino a continuación. Yo esperaba que el tipo se pusiera a tallar
algo y le saliera una golondrina o algo, pero al parecer el tipo se
centra en los cocos.
Una vez
vivida la experiencia en grupo, no es que no la recomiende,
probablemente mucha gente quedará colmada y es suficiente para ver
un poco el mundillo de estos mercados, pero de disponer de tiempo
suficiente sin duda lo haría por mi cuenta. Los mercados están en
las afueras, a una distancia considerable (1 hora más o menos), pero
merece la pena dedicarle una jornada y no es difícil encontrar
muchas combinaciones desde la ciudad.
Comimos en
un thai una sopa Tom Yang Kun y unos fideos con pato a la miel
acompañados de unos rollitos de verduras. Regado todo con birra of
course. Fantástico y barato.
Para bajar
un poco la comida y ya que estábamos muy cerca, nos pasamos por el
parque Lumphini, donde al parecer la peña se queda congelada rollo
zombi cada vez que suena el himno nacional. Para nuestra sorpresa, el
sitio estaba sitiado por tiendas de campañas en lo que parecía una
especie de manifestación pro monarquía. Casi estaba por ofrecerles
a los nuestros.
En fin, en
cualquier caso nos dejamos caer cerca de la orilla del estanque
principal, con unas bonitas vistas y a la sombra de la arboleda. De
paso vimos un montón de lagartos enormes que intentaban atacar a las
palomas, rollo documental, el bicho sacaba la cabecilla del agua e
intentaba sorprender a la paloma. De friki el tema, pero olle, para
la hora de la siesta fantástico.
Como ahí
no sonaba el himno y había un pavo que comenzó a dar un discurso,
dejamos el lugar antes de que se caldeara el asunto y nos fuimos a
visitar el Golden Mount, al norte de Chinatown, un complejo budista
que al parecer tiene unas vistas cojonudas, y como llegaríamos más
o menos al atardecer pintaba bien para las panorámicas.
Pillamos
el metro en Silom hasta Hua Lamphong. Como curiosidad, a los thais no
les mola este transporte porque va bajo tierra y les da mal rollo, en
fin, el caso es que es bastante nuevo, fresco y no hay mucha gente,
para nosotros perfecto para los traslados.
En Hua
acordamos con un tuk tuk llegar al lugar ya que quedaba bastante
apartado según el mapa, así que por 140 bahts nos subimos. Lo vimos
algo caro, pero al no tener una referencia clara de las distancias
nos pareció justo. Más tarde calculamos que el precio justo quizás
hubieran sido 60/80 bahts, pero bueno. El viaje divertido,
contaminante y para varias conducen como locos.
Llegamos
al complejo y nada más entrar ya vimos que todo estaba lleno de
monjes budistas con su característica ropa de seda naranja y flores
por todos lados que decoraban la vía principal.
Sacamos
los tickets para subir, 20 bahts por cabeza. La subida se hace
llevadera, ya que hay cascaditas de agua desde la que unos surtidores
lanzan un humillo imagino para darle un toque místico al lugar, con
lo que el efecto que consigue es curioso. Además, mientras vas
subiendo ya divisas parte de la ciudad.
Una vez en
la cima las vistas merecen la pena ya que se contampla todo bangkok
desde los 4 puntos cardinales, y en mitad de la azotea, una campana
enorme dorada y otras pequeñitas desde donde la gente las hace sonar
y reza. Comenzaba a caer la tarde, con lo que la luz era fantástica,
una bonita estampa para las fotos y un sitio tranquilo.
Ya de
regreso decidimos pasar por la calle mochilera Khao Sang, por aquello
de quitarnos el gusanillo y no perdernos uno de los lugares más
famosos. Una basura.
Una calle
llena de guiris bebiendo a morro litronas, cuatro puestos y mucho
restaurante con una pinta horrible. Además el sitio es bastante
pequeño, quizás por fortuna. No nos dio buenas vibraciones.
Salimos
pitando para visitar el famoso Buda reclinado de Wat Pho, ya que
incomprensiblemente el día anterior nos fuimos sin verlo estando el
Grand Palace, complejo que está casi al lado.
El caso es
que llegamos a las 18:30 y vimos que el cartel ponía que cerraban a
esa hora, glups. Pues nada, el tipo de la puerta nos dejó pasar, no
nos cobró nada y cuando llegamos a las puertas del Buda, otro hombre
estaba cerrando, nos vio cara de penilla y nos dejó pasar.
Impresionante.
Creo que
es el segundo Buda más grande que he visto en mi vida, después del
de Japón, pero su característica forma estirada, flanqueado por
columnas y con ese rum rum de oración lo hacen muy especial. Sin
duda merece la pena pasar y echar un vistazo, y más todavía si
tenemos en cuenta el complejo arquitectónico que rodea el lugar,
parecido al del Grand Palace pero con especial predilección por las
pirámides escalonadas, alguna me recordó poderosamente a Kajuraho,
India. Encima caía ya bien entrada la tarde con lo que la luz le
daba un tono dorado al lugar espectacular, nos encantó.
Ya que
parecía que la gente todavía danzaba por el sitio, me pareció
escuchar un rum rum en un complejo cercano, me metí y allí estaban
los monjes budistas cantando, todos en coro unidos por un fino
cordel, mientras al fondo una montaña dorada observaba desde las
alturas, con candiles y todas las paredes decoradas. El sitio es
digno de ver y el complejo de Wat Pho resulta tremendamente
recomendable.
Regresamos
en ferry hasta Saphan Taksin, desde donde pillamos el SkyTrain Silom
Line para volver a nuestra zona, ya era de noche aunque el reloj
marcaba cerca de las 20h.
Aquí
sucede como en muchos lugares asiáticos, que a las diez de la noche
cierran casi todos los garitos para comer, así que el cuerpo debe
acostumbrarse a cenar un poco antes o bien tirar de puesto callejero.
Por fortuna vimos un garito chino que tenía buena pinta y acertamos
de lleno. El pollo al limón y la tarnera en salsa con cebolla
estaban increíbles, acompañamos con unos rollitos rellenos de
plátano y salsa de alubias que estaban de vicio. Regamos con birra,
of course. 1000 bahts. Bien pagados.
Algo
cansados decidimos pasear un poco por el mercado nocturno de la zona
y regresamos para descansar unas horas antes de poner rumbo a
Camboya.
Mañana
nos despedimos de Bangkok, una ciudad que nos ha encantado, llena de
posibilidades y con una gente menos agresiva de lo que nos
imaginábamos. Merece mucho la pena dedicarle tiempo, quizás
nosotros nos hemos quedado cortos ya que seguro que tiene rincones
por explorar a montones. Para el viajero que nunca ha pisado ningún
país asiático, Bangkok debe resultar algo parecido a lo que
nosotros experimentamos en Shanghái, por ese choque de costumbres,
culturas, brutalidad urbanística, suciedad, frenetismo...
Para
nosotros ha resultado ser una ciudad completa, que ofrece una buena
puerta para adaptar el resto de nuestro viaje y de paso conocer esos
lugares especiales que quedan grabados en la retina.
Un saludo!
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