El viaje en tren fue como una película de los hermanos Marx.
El “camarote” estaba formado por cuatro asientos dobles. Nos sentamos en los nuestros y fueron llegando compis, presentación “where are you from?” (aunque nos calan bastante rápido) de turno, buen rollo, mochilita y como mola viajar por libre, bla bla bla bla...lo bueno llegó cuando aparecía otro y le decía al que se había sentado que ese era su asiento. Pues así hasta tres veces.
El pasillo del vagón se llenó de gente apilada literalmente unos encima de otros de viajeros que no habían reservado y que se habían metido a saco en el tren. Las risas y las conversaciones surrealistas duraron horas. La mayoría no tenían muy claro ni donde se habían subido, ni si llegaba bien a su destino...bueno, y nosotros pensamos que lo nuestro es de calamidad.
Conocimos a unos chavales de A Coruña con los que nos reímos la vida, qué salaos eran los jodíos. Uno de ellos incluso llamando a su madre en el tren, la conversación era increíble, de lo mejor. Eso si, hablaban por los codos, Eli aguantó el tirón pero yo pegué cabezadas porque estaba muerto.
Por la mañana, a eso de las 7 y pico de la mañana llegamos a Praga. El pasillo era una especie de estercolero entre papeles, botellas, gente durmiendo, mochilas...creo que en la India vi algún vagón más limpio.
La estación está bastante bien, nada que ver con la pintoresca de Budapest. Cambiamos moneda a la corona checa, pillamos los bonos del metro para 3 días (16e cada uno), nos hicimos con un mapa y nos fuimos directamente a reservar los billetes para el próximo destino, Berlín. Esta vez no será necesario dormir en tren, salimos a las 8:30 y llegamos allí sobre las 13h. 7e la reserva.
Praga tiene tres lineas de metro, roja, amarilla y verde. Nosotros estamos cerca de la parada Namestic Republik, en todo el centro. La verdad es que el hostel está tremendamente bien situado.
Ya fuera del metro nos encontramos en una gran plaza adoquinada por la que pasaba el tranvía y pudimos ver los primeros edificios de tonos dorados (por algo le llaman la ciudad dorada) y pastel de estilo renacentista. Algunos parecidos a los de Viena y alguna zona de Budapest, pero con curiosas mezclas. A nuestra espalda pudimos ver como despunta en el cielo una iglesia que más parece un castillo por su forma superior. Rollo gótico.
Hicimos el checking del hotel pero como hasta las 15h no podíamos usar las habitaciones nos fuimos directamente a callejear. Las calles son un puto laberinto en las que cuesta un poco orientarse hasta que aprendes a situar la plaza Starometske namesti (ahí es nada) y el río Moldava, la plaza desde la que se divisa la peazo iglesia con forma de castillo en su parte superior y en la que se puede ver también la famosa torre del reloj astronómico. Aquí, cada hora se agolpan multitudes ansiosas por ver tocar la hora y por escuchar a un trompetista que toca una melodía cada hora. Cuando termina saluda al respetable y este le devuelve el saludo con aplausos. Costumbres.
La plaza es el centro de la zona, enorme y con mucha gente a cualquier hora del día. Llena de cafés, restaurantes. Caminando nos dirigimos al río para atravesar el famoso puente de Karluv Most (hay unos 20 puentes, pero este es el que se lleva la palma en visitas). Al llegar pudimos ver otra de las postales de las que estamos disfrutando en este viaje. Un enorme puente de piedra une las dos partes de la ciudad y el famoso Castillo de Praga domina desde las alturas el paisaje. De cine.
Pasamos el puente y llegamos a una zona más empinada que sube hasta el castillo. Paseamos entre calles y escalinatas hasta que llegamos al castillo y desde allí disfrutamos de unas vistas cojonudas de toda la ciudad. Praga desde ahí no se ve demasiado grande, de hecho no lo es, pero tiene tanta callejuelas, barrios y zonas que creemos nos va a ser imposible visitar todo en el tiempo que tenemos.
Comimos en un garito italiano en el que pedimos pasta, no estaba para tirar cohetes, pero los precios están bastante bien con lo que comer un menú decente y tomar una cerveza (suele rondar entre 1 y 2 euros la jarra) puede salirte por no más de 15e los dos. Aquí también enchufan el recargo “por que yo lo valgo”, así que conviene mirar si hay aviso o si lo indica la carta o confiar en Jesucristo porque no hay una regla fija, además, en ocasiones el aviso está en perfecto checo.
Con el viajecito que tuvimos por la noche en tren, estábamos algo cansados (algo), así que decidimos volver al hotel y descansar, eran ya pasadas las 15h y llevábamos callejeando por Praga desde casi las 8 de la mañana.
Fulminados hasta las 18h. Otra vez a callejear. La plaza de Starometske nos seguía pareciendo igual de guapa, ahora con luz crepuscular ya que por estas latitudes a partir de las 18h empieza a oscurecer aunque sea verano. Decidimos perdernos de nuevo por los alrededores del centro mientras veíamos como el turisteo se pone ciego de alcohol y de fiestas. La verdad es que en casi todos los sitios en los que hemos estado, el alcohol y la fiesta van de boli. Pensábamos que los “guiris” sólo se descantillaban en España...je, lo llevan en la sangre.
De noche Praga es un espectáculo. Las calles están iluminadas por los faroles (eléctricos, eso si) y todo adquiere un cariz como de misterio o de ciudad embrujada. De vez en cuando te encuentras grupos de turistas que siguen a un tipo en unos tours “del terror” en los que a los pobres turistas se les cuentan leyendas locales, etc. mientras el guía representa el asunto como si de una peli de susto se tratara.
Cenamos en un griego y nos fuimos a la piltra. Mañana día de cementerios.
Un saludo!
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