Dejamos Berlín y poco a poco nos fuimos adentrando en terreno holandés. Mucha vaca, mucho campo y mucha lluvia.
A eso de las 13h entramos en la estación central de Amsterdam.
Tras salir de la estación nos encontramos con la guerra en forma de bicicletas. Un cementerio de estas máquinas infernales se extendía a nuestra derecha, creo que en nuestras vidas hemos visto tantísima bici junta.
Pero las bicicletas no es el único peligro, tranvías por todos lados, gente y coches. Joder con Amsterdam.
Nos adentramos por la calle Voorburgwal, paralela a alguna de las arterias principales de la ciudad. Aquí el panorama se calmó un poco más y, a pesar de que las bicis y los tranvía seguían acechando, pudimos disfrutar un poco más de las calles de la ciudad. Los edificios son la leche, están todos apiladitos unos con otros, alguno sobresalen más, otros están doblados, colores cálidos, grandes ventanales en donde la gente se sienta a charlar o tomar una cerveza...de postal.
Ya nos adentraríamos más en la ciudad, de momento, hicimos el checking en el hotel Mevlana, que estaba a dos minutos andando de la plaza Dam, en todo el centro de Amsterdam, mejor situado imposible.
El sitio correcto, compartimos habitación con una pareja de bielorusos que no hablan, susurran, creo que poseen una capacidad para comunicarse entre ellos incomprensible para el resto de humanos. Por lo menos no nos ha tocado una pareja de fumetas, bien de momento.
Nos lanzamos directamente a la jungla para pasear por el núcleo y ver un poco la fauna del lugar. Amsterdam tiene mucha, pero mucha vida. La gente no para de aquí para allá, el efecto bici no hace sino que no pares de vigilar en cruces, pasos o puentes, con lo que la sensación de dinamismo es muy grande. Por todos lados hay cafés, la mayoría de madera, con grandes cristaleras que dejan ver su interior y con mesitas en la pequeña acera, todo muy cuco, con un toque clásico, añejo, pero que le da al conjunto de la calle más encanto si cabe. Ordas de gente se sientan a tomar cafés, cervezas o licores...fuman como carreteros...la locura, Amsterdam en algunas calles es, la locura.
Paseamos por la plaza Dam, un sitio enorme en el que artistas callejeros tocan música o se visten de Spiderman (vimos un reto entre un crío y este de película, el niño salió cagao) , de La Muerte, etc.
Callejeamos por todo el núcleo pasando por los famosos coffee shops y ya empezamos a ver al tipo de turista C. Existen tres tipos de personajes en Amsterdam, la clase A es el nativo, un personaje que vive sobre una bicicleta o coche, que se baja para fumarse un peta y se larga como si nada. El tipo B es el turista corriente, de visita formal en la ciudad, que se dedica a visitar museos que no entiende en su mayoría (pero que hay que ver) y a comer y beber. El tercer tipo C es una evolución del segundo, con la salvedad de que asume que los museos no son lo suyo y que prefiere sumirse en el mundo canábico a partir de las 18h hasta altas horas, para luego dormir y volver a salir al día siguiente sobre la misma hora, si no está muy nublado. Se les reconoce por unas ojeras de otro mundo, el nivel puede ser rojo recién llegado, morado primeros síntomas de desnutrición y el pálido morado, básicamente estos ya pueden ver como Neo en Matrix.
El mundo coffee shop es mundialmente conocido, y la verdad es que funcionan a la perfección. Durante nuestra estancia en Amsterdam la verdad es que no hemos visto problema alguno y está realmente bien asumido por la población, los turistas simplemente se ponen ciegos y punto, no pasa de ahí. Choca, porque no es algo normal para el que viene de una sociedad “capada” en ese sentido, pero en Amsterdam funciona.
Los sitios son templos del humo, lucen mucho por la noche y algunos son sitios incluso bonitos, con decoraciones florales, neones...otros parecen realmente sórdidos, en cualquier caso llaman la atención.
La comida en Amsterdam deja bastante que desear, se ponen ciegos de frituras, mcDonalds y comida rápida. Los sitios en los que sirven “menú” con algún plato más elaborado (o normal), cobran precios bastante altos, por lo que la mayoría de la gente opta por zamparse perritos calientes, las famosas patatas con mayonesa (“las bañan en esa mierda tío”, como decía Travolta en Pulp Fiction) o pillar porciones de pizza...lo de los Kebabs no lo hemos comentado, pero es una plaga que se extiende por toda Europa, creo que no hay calle en la que no hayamos visto uno.
Nos alejamos un poco del centro y nos fuimos hacia el sur de la ciudad, casi llegando al mercado de las flores en Bloemenmarkt, salir de la zona centro se agradece bastante. Aquí encontramos la zona donde empiezan los canales, las zonas ajardinadas, las casitas bañadas por la luz del atardecer, bicicletas reposando en los puentes y aceras...esto ya es otra cosa.
Callejeamos un buen rato, nos sentamos en algún tranquilo café mientras alguna barca pasa por el canal y disfrutamos del sol que después de un medio día bastante nublado apareció para regalarnos una luz fantástica sobre la ciudad. Preciosa de verdad.
Volvimos al hostel para cambiarnos ya que por la noche hace un poco de fresco (y por el día, pero es soportable). Cenamos y decidimos ir a visitar el barrio rojo, justo al este de la plaza Dam y subiendo por Warmoesstraat.
A primera vista pensamos que no era para tanto, algún edificio con las ventanas desde la que se veía un color rojo en su interior. Ninguna gachí. Hasta que de golpe pasamos por un sector de callejuelas desde las que salían por puertas iluminadas con neones rojos manos llamando a las presas. Supusimos que no se podrían tirar fotos, y evidentemente, tienen un detector de cámaras instalado en alguna parte porque el “no pictures please” salió de inmediato. Pues nada. Poco a poco fuimos callejeando y es entonces cuando el sitio “luce”. Infinidad de puertas acristaladas con las chicas ofreciendo sus servicios. La verdad es que choca ver una guardería y a dos metros tres puertas “de servicio”, pero aquí parece estar muy asumido. Hay un sector que rodea la iglesia de Oude Kerk, resulta acojonante ver una iglesia rodeada por puertas iluminadas de rojo con tías dentro, es una visión como de película, muy grande.
Seguimos dirección norte y callejeando llegamos a un garito que se llamaba Elfe Gebot en el que vimos que tenían pizarras en su puerta en las que indicaban un porrón de cervezas y su graduación. Nos hizo gracia y nos metimos a tomar unas copillas. El sitio increíble. Una especie de bodega antigua, decorada totalmente de madera, con imágenes de querubines, santos y qué se yo. El lugar era oscuro y al fondo unas mesitas tapizadas dejaban ver a un par de abueletes tomando unas cervezas en copa. En la barra habían unos tipos que resultaron ser unos personajes, eran unos amiguetes amantes de la birra que se reúnen en el garito y prueban cervezas de todo tipo, coleccionan los posa vasos y se dejan fortunas en el “mágico líquido”. Entre charla y charla sobre la cerveza el camarero, que era clavado a Michael Wincott y que era una especie de gurú de la birra, nos iba sirviendo copillas para degustar los distintos tipo de birra, mientras el grupo de colegas nos repetían cada dos por tres que existían medio millón de tipos de cerveza (momento fua a tope). Surrealismo total, degustación de varias birras y copazos de birras entre graduación 8 y 11, que más que cerveza se podría catalogar como pelotazo.
Suficientemente alcoholizados por una noche “paseamos” pensando en la de gente que caería en los canales en Amsterdam por la noche. Mañana exprimiremos la city y visitaremos algún museo antes de poner rumbo a nuestro destino final, París.
Un saludo!
Cuidado con las magdalenas!!!!
ResponderEliminarBuff, pasando mucho, hemos visto algunos que parecían que iban al casting de Walking Dead después de probarlas.
ResponderEliminar