29 de enero de 2016

Creed

Creed resucita de nuevo la figura de Rocky Balboa, en una nueva entrega del carismático boxeador de Philadelphia esta vez bajo la dirección de Ryan Coogler, que realiza un notable trabajo sobre la franquicia.


La historia se centra en la figura de Adonis Johnson, hijo del mítico Apollo Creed y gran amigo de Balboa, que cayó muerto en el ring ante He-Man y cuyo padre jamás pudo conocer ya que nació justo después del fatal desenlace.
El muchacho vive una vida paralela entre la oficina, un trabajo estable, y los rings alternativos donde saca ese gen de luchador ocultando su pasado para ganarse por sus propios méritos el reconocimiento.

Con este interesante, que no exento de clichés, caldo de cultivo se presenta una nueva historia sobre el boxeador italoamericano más famoso del celuloide, pero esta vez Balboa ya definitivamente pasa el testigo y únicamente aparece como figura conocedora del oficio, desde el pesar de los años, estancado en otra época pero con un olfato afilado y ese sentido del deber para cumplir con esas acciones, por pequeñas que sean, y sentirse realizado tanto con los vivos como con los amigos ya fallecidos.

Una vez pasado el trámite de aceptar la figura de Adonis como el hijo de Creed y comenzar su entrenamiento es donde la cinta ofrece esas pequeñas perlas en forma de secuencias entrañables en las que Rocky muestra todo su conocimiento, a su ritmo, con seguridad y sobre un montón de ruido en forma de Hip Hop y luces de neón, donde se funde el pasado y el presente y donde podemos ver otra de las mejores versiones del personaje interpretado por Sylvester Stallone, que sencillamente llena la pantalla cada vez que aparece, esta vez no tanto por volumen, pero sí por carisma y potencia emotiva.

Pero no se olvida de la evolución de Creed, en una lucha interna algo más predecible pero de igual forma interesante que conjuga ese universo de prisa, ansia y fama que envuelve al mundo del deporte y el entertainment con ese tormentoso pasado y pelea interna por aceptar esas letras que forman su legado y del que el chaval no hace más que poner barreras hasta creer ser merecedor de ellas.

El análisis de Creed debe también, como es lógico dada la temática, profundizar en las peleas, y en esta ocasión no iba a ser menos.
Aunque escuetas, la calidad de las mismas es enorme, con un manejo de la cámara fantástico, unos planos brutales, feroces, en los que el punto de vista subjetivo se acerca poco a poco hasta que prácticamente sentimos los golpes, el agotamiento, y se aleja para tomar aire y volver de nuevo a la batalla en un balanceo fantástico que mete de lleno en la acción al espectador y lo hace sufrir junto a los protagonistas.
Definitivamente, el nivel alcanzado en este aspecto en la saga lo hace muy, muy destacable.


Una vez pasado los aspectos técnicos, las actuaciones, la trama...lo que queda es la nostalgia, esa figura que planea y nos acompaña durante el metraje, que nos hace recordar momentos pasados, como ya sucediera en la anterior Rocky, donde se juega con el drama para darle un cariz entrañable, a base, por ejemplo, de unos pocos acordes que recuerdan la mítica melodía de Bill Conti, o alguna secuencia que actualiza las clásicas, o la utilización fantástica de la figura de Apollo, que parece observarlo todo desde la lejanía.

Los más fríos pueden decir perfectamente que es un nuevo intento de exprimir la gallina de los huevos de oro, que es un drama sencillo, previsible y una excusa para Stallone de meter de nuevo a uno de sus personajes estrella en escena.

Es respetable, pero yo he visto ciertamente cariño en algunas secuencias, he visto nostalgia, una reinvención incluso sonora que osa fusionar el hip hop con las partituras originales, y un retrato correcto y respetable del mundo del boxeo, por no mencionar las fantásticas luchas, una fotografía cuidada y un ritmo bastante acertado.
De seguir así, con gusto seguiremos volviendo a Philadelphia cada pocos años hasta que Rocky quiera.

Un saludo.

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