Love Bites - Judas Priest
30 de octubre de 2015
27 de octubre de 2015
Del revés (Inside Out)
Pixar nos tiene ya acostumbrados a que cada vez que presenta una de sus obras remueve la consciencia y sacude el mundo de la animación.
Parece increíble que sepa reinventarse, pero esto es lo que vuelve a conseguir con un proyecto a priori "sencillo", tan simple como contar la historia de una familia que se muda de una ciudad a otra, pero el foco no estaba únicamente centrado en el drama familiar, sino que alguien pensó en retratar esa montaña rusa de emociones desde dentro, desde las propias emociones de la protagonista, convirtiendo un proyecto "simple" en algo, sencillamente, titánico.
Es cierto que en, por ejemplo, Toy Story, ya habíamos apreciado esa posible pérdida del eslabón que une la niñez con la adolescencia y a su vez con la edad adulta, mediante esos personajes que acompañan a los más pequeños de la casa en sus aventuras imaginarias y que ayudan a no perder esa chispa y vitalidad tan características, pero desde luego el enfoque en esta última cinta consigue enfatizar esos aspectos que allí quedaban ocultos, sin necesidad de cimentar la historia sobre baqueros, astronautas o Mr. Potatos, sino sencillamente mediante escenificaciones de su propio ser, como son la alegría, la ira, el asco, el miedo y la tristeza, amparados en el escenario más fascinante que pueda existir, nuestro cerebro, o el alma para los más bohemios.
Este escenario, se convierte en todo un caldo de cultivo donde tienen cabida infinidad de posibilidades, desde un prisma imaginario que los adultos son incapaces ya de recordar pero que en algún momento fue parte de su vida y cuya justificación que magníficamente retratada durante la historia.
Sin olvidar la trama, digamos "real", que sirve de hilo conductor y que regala algunos momentos sencillamente magistrales, a la altura de los mejores dramas. En especial el cierre, con una potencia emocional que traspasa la animación y casi se convierte en realidad.
Sin olvidar la trama, digamos "real", que sirve de hilo conductor y que regala algunos momentos sencillamente magistrales, a la altura de los mejores dramas. En especial el cierre, con una potencia emocional que traspasa la animación y casi se convierte en realidad.
Poco o nada malo se puede decir de ella, quizás a alguno le parezca demasiado simplista al reducir a un puñado de emociones la personalidad de un ser humano, o de presentar una familia ciertamente estereotipada, incluso alguno puede alarmarse por la imagen que se da sobre una ciudad como San Francisco, que parece perder por goleada frente a Minnesota por exigencias de guión, pero lo cierto es que también se puede alabar su capacidad para simplificar algo tan inabarcable como puede ser la mente humana durante un periodo de tiempo en el que se debe acostumbrar a un cambio importante que trastoca su hábitat, amistades y que le lleva a una dimensión de responsabilidades hasta entonces desconocidas.
Concentrar todo en una historia que fluya, entretenga y cierre de la forma en que lo hace, quizás deba ser suficiente para reconocer que es una verdadera obra maestra del cine animado.
Un saludo.
20 de octubre de 2015
La Cumbre Escarlata
Guillermo del Toro presenta una historia de terror gótico ambientada en el siglo XIX, bajo la influencia de los libros de Poe y el horror de Lovecraft.
Edith vive en Nueva York bajo la tutela de su respetado y adinerado padre, es una joven intelectual de tendencias bohemias que se verán potenciadas al conocer un enigmático lord inglés que pretende hacer negocios con su familia.
Del Toro consigue una ambientación y puesta en escena prácticamente intachable, una historia que se cuece lentamente, jugando de forma correcta con el espectador suministrándole poco a poco esa esencia de terror gótico, como si del universo de los estudios Hammer se tratase, en un mundo que poco a poco se vuelve decrépito y oscuro, mientras el horror intenta confundir nuestros sentidos apoyado en elementos más cercanos al cine contemporáneo en forma de espectros digitales.
Y aquí prácticamente acaban las bondades en esta nueva propuesta del director de Cronos o Pacific Rim.
En más de una ocasión, él mismo ha comentado que su trabajo se divide, por un lado, en los productos enfocados al Hollywood más comercial, y por otro en los de carácter más personal.
En el primer grupo entrarían los Hellboy o Pacific Rim, cinta que por cierto es un blockbuster con cara y ojos, y en el otro encontramos esas obras de un calado más emocional, original y probablemente más en esencia de autor, como El espinazo del Diablo, El laberinto del Fauno o Cronos.
En el primer grupo entrarían los Hellboy o Pacific Rim, cinta que por cierto es un blockbuster con cara y ojos, y en el otro encontramos esas obras de un calado más emocional, original y probablemente más en esencia de autor, como El espinazo del Diablo, El laberinto del Fauno o Cronos.
El problema de La Cumbre Escarlata es que parece jugar entre los dos mundos y consigue convencer en cierta medida hasta pasado su ecuador, pero se desmorona cuando pone la carne en el asador y debe justificar o darle forma a ese terror cimentado sobre un drama muy justo, casi anodino, de no ser por la correcta interpretación de sus protagonistas, en especial de Loki y su hermana Lucille, la solvente Jessica Chastain.
Es en ese momento en el que la ambientación sube enteros para resguardar las carencias de un guión que comienza a perder fuerza, mientras surgen los clichés y donde la cinta comienza a posicionarse peligrosamente en el lado más experimental, ese en el que se intenta dar un vuelco al terror clásico para acercarlo al contemporáneo, pero donde acaba por perder esa esencia conseguida hasta el momento, para acabar en un experimento algo fallido.
Es en ese momento en el que la ambientación sube enteros para resguardar las carencias de un guión que comienza a perder fuerza, mientras surgen los clichés y donde la cinta comienza a posicionarse peligrosamente en el lado más experimental, ese en el que se intenta dar un vuelco al terror clásico para acercarlo al contemporáneo, pero donde acaba por perder esa esencia conseguida hasta el momento, para acabar en un experimento algo fallido.
Un saludo.
14 de octubre de 2015
Film Symphony Orquestra
A pesar de que no suelo meterme en críticas musicales, no he podido resistirme a realizar una entrada sobre el concierto del pasado 12 de octubre en l'Auditori de Barcelona, a cargo de la Film Symphony Orquestra, un proyecto que pretende acercar la música del cine al gran público a través de una orquesta sinfónica compuesta por más de 75 músicos.
No domino la crítica musical, pero desde luego sí que me considero capaz de percibir, de entender y respetar un arte que se nos muestra como un regalo para los sentidos. En cierta medida, hay que reconocer, me ayuda un poco su relación con el mundo del celuloide.
Embutido en el traje que popularizó Keanu Reeves en la famosa trilogía de los Wachowski, Matrix, el director musical Constantino Martínez-Orts comenzó el show con el opening de Universal Pictures, como si de un Ectasy of Gold de Metallica se tratase, para dar paso al potente tema de Misión Imposible, donde la banda pudo mostrar cierto músculo y donde los ojos comenzaban a abrirse como platos, los acordes comenzaban a golpear los sentidos y las emociones comenzaban a aflorar.
Lo que precedió fueron cerca de dos horas y media de puro amor por el cine, de sacrificio, de coordinación, de belleza, en una orgía de sensaciones que te apalean desde las entrañas, recordando ese momento en el que veías por vez primera los Goonies hace tantísimo tiempo, o cuando vimos allá por el 93 una cabeza de dinosaurio moverse ante nosotros de una forma que jamás habríamos imaginado, mientras las emociones se disparaban en lo que aparentemente eran unas notas sin importancia, pero que quedarían grabadas en nuestra memoria y pasarían a la historia.
La complejidad, la cantidad de capas que puede llegar a tener una melodía que debe contar una historia, transmitir sensaciones, son algunas de las conclusiones a los que uno llega en muy pocos minutos, incluso tiene cabida cierta crítica a la hora de comparar temas como el de Doctor Zhivago, donde sencillamente la historia va de la mano de la música en una montaña rusa de emociones, hasta los Vengadores, donde prima la sencillez de un tema pegadizo, pero que queda retratado, muy a pesar del bueno de Alan Silvestri, ante monumentos como el de ET de John Williams o el citado de Maurice Jarre.
Comentar que el tema que me sorprendió debido a su complejidad fue el de Matrix, de Don Davis, cuya velocidad, variedad y cambios de ritmo resulta endiablado.
En ese tema vi a alguno sufrir de lo lindo pasando páginas como un descosido, percibiéndose la exigencia de un tema que debía convivir en minoría, sin desentonar, junto al resto de piezas de la trilogía, cuyos géneros van desde el Techno al Metal.
Con los ojos vidriosos, debo reconocerlo, pasaron ante mi temas como el de Star Trek, Memorias de África o El bosque. Una maratón de recuerdos, de épica continua, hasta que llegó la hora de los bises, que se materializaron en la mítica pieza de Superman, de Regreso al futuro y, como colofón, Star Wars, donde el público, totalmente entregado, explotó en ovación y posterior aplauso unánime en una noche difícil de olvidar.
Un saludo.
No domino la crítica musical, pero desde luego sí que me considero capaz de percibir, de entender y respetar un arte que se nos muestra como un regalo para los sentidos. En cierta medida, hay que reconocer, me ayuda un poco su relación con el mundo del celuloide.
Embutido en el traje que popularizó Keanu Reeves en la famosa trilogía de los Wachowski, Matrix, el director musical Constantino Martínez-Orts comenzó el show con el opening de Universal Pictures, como si de un Ectasy of Gold de Metallica se tratase, para dar paso al potente tema de Misión Imposible, donde la banda pudo mostrar cierto músculo y donde los ojos comenzaban a abrirse como platos, los acordes comenzaban a golpear los sentidos y las emociones comenzaban a aflorar.
Lo que precedió fueron cerca de dos horas y media de puro amor por el cine, de sacrificio, de coordinación, de belleza, en una orgía de sensaciones que te apalean desde las entrañas, recordando ese momento en el que veías por vez primera los Goonies hace tantísimo tiempo, o cuando vimos allá por el 93 una cabeza de dinosaurio moverse ante nosotros de una forma que jamás habríamos imaginado, mientras las emociones se disparaban en lo que aparentemente eran unas notas sin importancia, pero que quedarían grabadas en nuestra memoria y pasarían a la historia.
La complejidad, la cantidad de capas que puede llegar a tener una melodía que debe contar una historia, transmitir sensaciones, son algunas de las conclusiones a los que uno llega en muy pocos minutos, incluso tiene cabida cierta crítica a la hora de comparar temas como el de Doctor Zhivago, donde sencillamente la historia va de la mano de la música en una montaña rusa de emociones, hasta los Vengadores, donde prima la sencillez de un tema pegadizo, pero que queda retratado, muy a pesar del bueno de Alan Silvestri, ante monumentos como el de ET de John Williams o el citado de Maurice Jarre.
Comentar que el tema que me sorprendió debido a su complejidad fue el de Matrix, de Don Davis, cuya velocidad, variedad y cambios de ritmo resulta endiablado.
En ese tema vi a alguno sufrir de lo lindo pasando páginas como un descosido, percibiéndose la exigencia de un tema que debía convivir en minoría, sin desentonar, junto al resto de piezas de la trilogía, cuyos géneros van desde el Techno al Metal.
Con los ojos vidriosos, debo reconocerlo, pasaron ante mi temas como el de Star Trek, Memorias de África o El bosque. Una maratón de recuerdos, de épica continua, hasta que llegó la hora de los bises, que se materializaron en la mítica pieza de Superman, de Regreso al futuro y, como colofón, Star Wars, donde el público, totalmente entregado, explotó en ovación y posterior aplauso unánime en una noche difícil de olvidar.
Un saludo.
12 de octubre de 2015
Sons of Anarchy
Decía Toni de la Torre en su libro "Series de culto" que Sons of Anarchy es una droga, que una vez te atrapa es imposible dejarla y olvidarse de ella. No puedo estar más de acuerdo con esa definición.
Aproximadamente un mes antes de nuestro periplo por Estados Unidos y sus carreteras, nos enganchamos a la obra de Kurt Sutter en la que se narra la historia de un club de moteros afincados en la ficticia ciudad de Charming, California.
Durante 7 intensas temporadas acompañaremos a este peculiar grupo en su cruzada por el imperio del tráfico ilegal de armas, drogas, burdeles y todo lo que tenga que ver con pasta rápida y en grandes cantidades fuera del sistema.
Y cuando digo intensas hablo en serio.
Podría decir que desde Lost no había estado tan brutalmente enganchado a una obra de ficción (por lo menos hasta su polémico final), donde los "what the fuck" son continuos, en una dimensión totalmente distinta pero con un magnetismo que iguala y supera a la obra de Abrams-Lindelof.
Aquí no entra para nada la ciencia ficción, pero no hace falta ya que, como se suele decir, la realidad supera muchas veces la ficción y sin duda en Sons sucede, continuamente.
Fue durante su cuarta temporada, tras el trigésimo quinto lío de mil pares de pelotas en los que se meten los protagonistas, cuando sin darme cuenta solté un suspiro, procesé todo lo que había sucedido y caí en la cuenta del recorrido hasta entonces, provocándome incluso cierto estado de fatiga emocional en el que me planteé un alto en el camino para volver a los problemas mundanos, evidentemente fue imposible parar.
Puede que alguno piense que exagero, quizás a algunos no les parezca así, pero bajo mi punto de vista, la profundidad que alcanza la obra, la complicidad en ese mundo de maleantes en el que llegamos a ver a algunos de sus habitantes como los buenos de la película aunque sepamos que no es así, ni de lejos, resulta sobrecogedor, conseguido entre otras cosas porque la elección del casting es tan acertada, que tras muy poco tiempo nos encontramos familiarizados con todo el clan y el baile de nombres, bandas y costumbres moteras.
Porque Sons no es únicamente un drama con mucha acción, es una inmersión en toda regla en el mundo de esos clanes donde conoceremos en primera fila la idiosincrasia de ese estilo de vida, gracias en parte a que su creador estuvo un año conviviendo con moteros con el fin de dotar a la obra de cierta veracidad, sin olvidar el entertainment, por supuesto.
Creador que por cierto interpreta a un personaje dentro de la serie que lo borda en cada aparición, Otto Delaney.
Así, como en otras obras en las que nos empapamos de aspectos específicos sobre la temática, como Vikings, en Sons descubrimos peculiaridades y costumbres, sin descentrarse en ningún momento del verdadero núcleo, que no es otro que la vida de unos personajes que se entrelazan, sobreviven y reaccionan de una manera casi orgánica gracias a un universo completo tan rico en matices y posibilidades que la historia llegado a cierto punto parece fluir sola, en un rompecabezas interminable que en ocasiones parece imposible recomponer, pero que gracias a jugar de una manera formidable sus cartas, consigue sorprender, entretener y finalmente noquear al espectador, totalmente rendido al espectáculo y sediento por ver qué sucede a continuación.
Una tragedia en forma de odisea motera que mantiene el tipo durante sus 92 capítulos, en los que incluso creeremos discernir cierto modus operandi sobre su sexta temporada, pero que volverá a dejarnos KO cuando menos nos lo esperemos, para cerrar un círculo en el que para mí es una de las mejores series jamás creadas y todo un must see/have con, además, una de las bandas sonoras más potentes, con algunas versiones sencillamente brutales, como el Bohemian Rhapsody, House of the rising sun o John the Revelator, entre otras.
Jesus Christ.
Aproximadamente un mes antes de nuestro periplo por Estados Unidos y sus carreteras, nos enganchamos a la obra de Kurt Sutter en la que se narra la historia de un club de moteros afincados en la ficticia ciudad de Charming, California.
Durante 7 intensas temporadas acompañaremos a este peculiar grupo en su cruzada por el imperio del tráfico ilegal de armas, drogas, burdeles y todo lo que tenga que ver con pasta rápida y en grandes cantidades fuera del sistema.
Y cuando digo intensas hablo en serio.
Podría decir que desde Lost no había estado tan brutalmente enganchado a una obra de ficción (por lo menos hasta su polémico final), donde los "what the fuck" son continuos, en una dimensión totalmente distinta pero con un magnetismo que iguala y supera a la obra de Abrams-Lindelof.
Aquí no entra para nada la ciencia ficción, pero no hace falta ya que, como se suele decir, la realidad supera muchas veces la ficción y sin duda en Sons sucede, continuamente.
Fue durante su cuarta temporada, tras el trigésimo quinto lío de mil pares de pelotas en los que se meten los protagonistas, cuando sin darme cuenta solté un suspiro, procesé todo lo que había sucedido y caí en la cuenta del recorrido hasta entonces, provocándome incluso cierto estado de fatiga emocional en el que me planteé un alto en el camino para volver a los problemas mundanos, evidentemente fue imposible parar.
Puede que alguno piense que exagero, quizás a algunos no les parezca así, pero bajo mi punto de vista, la profundidad que alcanza la obra, la complicidad en ese mundo de maleantes en el que llegamos a ver a algunos de sus habitantes como los buenos de la película aunque sepamos que no es así, ni de lejos, resulta sobrecogedor, conseguido entre otras cosas porque la elección del casting es tan acertada, que tras muy poco tiempo nos encontramos familiarizados con todo el clan y el baile de nombres, bandas y costumbres moteras.
Porque Sons no es únicamente un drama con mucha acción, es una inmersión en toda regla en el mundo de esos clanes donde conoceremos en primera fila la idiosincrasia de ese estilo de vida, gracias en parte a que su creador estuvo un año conviviendo con moteros con el fin de dotar a la obra de cierta veracidad, sin olvidar el entertainment, por supuesto.
Creador que por cierto interpreta a un personaje dentro de la serie que lo borda en cada aparición, Otto Delaney.
Así, como en otras obras en las que nos empapamos de aspectos específicos sobre la temática, como Vikings, en Sons descubrimos peculiaridades y costumbres, sin descentrarse en ningún momento del verdadero núcleo, que no es otro que la vida de unos personajes que se entrelazan, sobreviven y reaccionan de una manera casi orgánica gracias a un universo completo tan rico en matices y posibilidades que la historia llegado a cierto punto parece fluir sola, en un rompecabezas interminable que en ocasiones parece imposible recomponer, pero que gracias a jugar de una manera formidable sus cartas, consigue sorprender, entretener y finalmente noquear al espectador, totalmente rendido al espectáculo y sediento por ver qué sucede a continuación.
Una tragedia en forma de odisea motera que mantiene el tipo durante sus 92 capítulos, en los que incluso creeremos discernir cierto modus operandi sobre su sexta temporada, pero que volverá a dejarnos KO cuando menos nos lo esperemos, para cerrar un círculo en el que para mí es una de las mejores series jamás creadas y todo un must see/have con, además, una de las bandas sonoras más potentes, con algunas versiones sencillamente brutales, como el Bohemian Rhapsody, House of the rising sun o John the Revelator, entre otras.
Jesus Christ.
5 de octubre de 2015
We Have a Dream
El día completo en Washington lo dedicaríamos básicamente a su núcleo más conocido a nivel mundial por así decirlo, formado por la Casa Blanca, el Capitolio, el monumento a Washington y el de Abraham Lincoln.
Pero es que además de estas zonas, aquí se encuentran los principales museos de la ciudad, como el de Historia Nacional Estadounidense, el de Historia Natural, el del Aire y el Espacio....una brutalidad de sitios en tamaño y contenido que además son gratuitos.
Así que uno se puede hacer a la idea de que para visitar Washington y sus propuestas se puede necesitar algunos días, pero lamentablemente nosotros no disponíamos de este privilegio y como ya habíamos visitado el de Historia Natural en Nueva York y para el de Historia Nacional necesitaríamos mucho mucho tiempo, y (principalmente) como el que aquí escribe se emociona un poco con los temas relativos al cosmos, Eli tuvo el detalle de dejarme escoger, así que nos fuimos al Smithsonian Air and Space, que resultó una maravilla para perderse un día entero con tranquilidad y donde se pueden ver desde rocas lunares hasta reproducciones del Hubble a tamaño real, la New Horizons (qué pequeña!), el módulo del Apollo 11 o aviones de la Segunda Guerra Mundial. Una colección impresionante, donde se puede interactuar con muchas secciones de forma didáctica e incluso con un cine Imax en su interior con algunos documentales.
Gracias por leernos, un saludo.
Pero es que además de estas zonas, aquí se encuentran los principales museos de la ciudad, como el de Historia Nacional Estadounidense, el de Historia Natural, el del Aire y el Espacio....una brutalidad de sitios en tamaño y contenido que además son gratuitos.
Así que uno se puede hacer a la idea de que para visitar Washington y sus propuestas se puede necesitar algunos días, pero lamentablemente nosotros no disponíamos de este privilegio y como ya habíamos visitado el de Historia Natural en Nueva York y para el de Historia Nacional necesitaríamos mucho mucho tiempo, y (principalmente) como el que aquí escribe se emociona un poco con los temas relativos al cosmos, Eli tuvo el detalle de dejarme escoger, así que nos fuimos al Smithsonian Air and Space, que resultó una maravilla para perderse un día entero con tranquilidad y donde se pueden ver desde rocas lunares hasta reproducciones del Hubble a tamaño real, la New Horizons (qué pequeña!), el módulo del Apollo 11 o aviones de la Segunda Guerra Mundial. Una colección impresionante, donde se puede interactuar con muchas secciones de forma didáctica e incluso con un cine Imax en su interior con algunos documentales.
De los lugares emblemáticos que comentaba, impresiona el monumento a Washington, sobre ese montículo de un verde intenso y el conjunto de paseo con el característico lago artificial rectangular que lleva al monumento a Lincoln, lago en el que se refleja el edificio en el que se encuentra la figura (enorme) del ex presidente sentado de forma solemne y desde el que, a su vez, desde las escaleras de entrada, se refleja el monumento a Washington en la lejanía.
Un lugar muy bonito al que volvimos al atardecer, merece la pena volver para ver el espectáculo crepuscular sobre las distintas piscinas de agua.
Un lugar muy bonito al que volvimos al atardecer, merece la pena volver para ver el espectáculo crepuscular sobre las distintas piscinas de agua.
Lamentablemente el Capitolio se encontraba en obras, con lo que no resultaba demasiado llamativo, así que enfocamos el tiempo en disfrutar del día en el resto de atracciones.
Ya bien entrada la tarde, paseamos dirección norte entre rascacielos y algunos barrios muy agradables, con esa sensación de haber cumplido con el viaje.
Para el último "medio día" del que dispusimos en Washington antes del retorno, lo dedicamos básicamente al museo National Geographic, ya que vimos que hacían una exposición de Indiana Jones y por tiempo se ajustaba, así que nos despedimos de D.C. a golpe de látigo del Dr. Jones y comiendo más tarde en el lugar más americano (de esos que sirven costillar a lo bestia, patatas a kilo y hamburguesas de dinosaurio) que encontramos por la zona, el Black Rooster Pub.
Parece una tontería, pero no es tan sencillo encontrar estos sitios (a un precio razonable) en las grandes ciudades dada la moda generalizada de comida "sana" a base de ensaladas. Eso sí, ensalada a la que le meten dos kilos de salsa...
Ya bien entrada la tarde, paseamos dirección norte entre rascacielos y algunos barrios muy agradables, con esa sensación de haber cumplido con el viaje.
Para el último "medio día" del que dispusimos en Washington antes del retorno, lo dedicamos básicamente al museo National Geographic, ya que vimos que hacían una exposición de Indiana Jones y por tiempo se ajustaba, así que nos despedimos de D.C. a golpe de látigo del Dr. Jones y comiendo más tarde en el lugar más americano (de esos que sirven costillar a lo bestia, patatas a kilo y hamburguesas de dinosaurio) que encontramos por la zona, el Black Rooster Pub.
Parece una tontería, pero no es tan sencillo encontrar estos sitios (a un precio razonable) en las grandes ciudades dada la moda generalizada de comida "sana" a base de ensaladas. Eso sí, ensalada a la que le meten dos kilos de salsa...
Y así llegó el final, tras 16 días muy intensos, con los 7 vuelos, las no sé cuántas millas, los hoteles, moteles...en definitiva un viaje como los que nos gustan, exigentes, de desconexión casi absoluta porque no te queda otra, no hay opción a pensar en otra cosa que sea el mismo por la cantidad de lugares y rutas, de emoción continua, de conocer día sí y día también rincones desconocidos, gente de todo tipo, de momentos con tensión, de alegrías y cierta tristeza a la hora de dejar algunos sitios.
Hemos vuelto a lugares emblemáticos como Nueva York, a la que en futuro estoy seguro regresaremos de nuevo (en otra estación), entre otras cosas porque existen algunas rutas hacia el norte que pueden ser muy atractivas usando como punto de partida la ciudad que nunca duerme.
Hemos visitado un poco esa América profunda, anclada en ocasiones en un tiempo remoto, llegando hasta las costas de Carolina del Norte, con paisajes de película, bosques, ríos enormes (pero enormes), carreteras perdidas....
Nueva Orleans, un lugar sin duda especial, probablemente la estrella de nuestro viaje, que nos ha hecho descubrir nuevos matices musicales, ser parte de esa devoción por el arte en infinitas manifestaciones, con ese aire urbano decadente, esa alegría sureña y ese pequeño chute adrenalínico que supone caminar por esas callejuelas llenas de magia y misterio.
Lancaster, otro reducto aislado en el tiempo, ese entrar y salir continuamente de nuestra era tecnológica, una ventana a otra época mientras esperas que el tren pase por las vías, a un lado un Chrysler Voyager y al otro un carro tirado por caballos, esa dualidad única envuelta en campos interminables de maíz.
Y todos esos pueblos y ciudades, grandes o pequeñas, Gettysburg, Luray, Charlottesville, Greenville, Columbia, Annapolis, Richmond, Alexandria....todas ellas han pasado por nuestras vidas, a través de carreteras de 1, 2, 3, 4 y 5 carriles, mientras la radio quemaba pista tras pista, hasta llegar a esa cafetería perdida en Virginia, donde se sirve una y otra vez ese maldito café aguado, donde seguro un día alguien tuvo un sueño...nosotros por nuestra parte hemos cumplido humildemente uno de los nuestros.
Hemos vuelto a lugares emblemáticos como Nueva York, a la que en futuro estoy seguro regresaremos de nuevo (en otra estación), entre otras cosas porque existen algunas rutas hacia el norte que pueden ser muy atractivas usando como punto de partida la ciudad que nunca duerme.
Hemos visitado un poco esa América profunda, anclada en ocasiones en un tiempo remoto, llegando hasta las costas de Carolina del Norte, con paisajes de película, bosques, ríos enormes (pero enormes), carreteras perdidas....
Nueva Orleans, un lugar sin duda especial, probablemente la estrella de nuestro viaje, que nos ha hecho descubrir nuevos matices musicales, ser parte de esa devoción por el arte en infinitas manifestaciones, con ese aire urbano decadente, esa alegría sureña y ese pequeño chute adrenalínico que supone caminar por esas callejuelas llenas de magia y misterio.
Lancaster, otro reducto aislado en el tiempo, ese entrar y salir continuamente de nuestra era tecnológica, una ventana a otra época mientras esperas que el tren pase por las vías, a un lado un Chrysler Voyager y al otro un carro tirado por caballos, esa dualidad única envuelta en campos interminables de maíz.
Y todos esos pueblos y ciudades, grandes o pequeñas, Gettysburg, Luray, Charlottesville, Greenville, Columbia, Annapolis, Richmond, Alexandria....todas ellas han pasado por nuestras vidas, a través de carreteras de 1, 2, 3, 4 y 5 carriles, mientras la radio quemaba pista tras pista, hasta llegar a esa cafetería perdida en Virginia, donde se sirve una y otra vez ese maldito café aguado, donde seguro un día alguien tuvo un sueño...nosotros por nuestra parte hemos cumplido humildemente uno de los nuestros.
John The Revelator - Curtis Stigers & The Forest Rangers
Gracias por leernos, un saludo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)