Ya que en la península hacia un frío de cojones, pensamos aprovechar que lo teníamos metido en los huesos para pasar unos días en algún lugar que no estuviera a más de dos horas y pico de vuelo, por aquello de no tener aquella sensación cuando uno se va al quinto pino y no se aclimata a tan lejanos hemisferios en tan poco tiempo, volviendo de muy mala leche, agotado y sin sensación de saciedad turística.
Así que Inglaterra y en concreto la ciudad de Londres fue la elegida para ser el pistoletazo de salida de este 2013 en cuanto a destinos turísticos, quizás sea el único, quién sabe?
La cultura
british tiene poderosas influencias sobre nuestras personas, dominada principalmente por los sonidos de sus más que emblemáticos grupos pasando por el interés cultural literario y cinéfilo. Lo que parece ser el lugar perfecto queda mermado por el escaso interés culinario, y una vez visitado el lugar no sale precisamente bien parada de cara al viajero que espere cierta calidad a la hora de degustar la cocina británica, sobreviviendo a base de comida rápida, puestos callejeros,
fish&chips, pastel de carne con el que te la juegas en función del garito, japos e italianos como los hay a patadas en cualquier otra ciudad europea.
No es que la oferta no sea suficiente, pero por poner algunos ejemplos ciudades como
Budapest tienen una gastronomía bastante más variada, contando por ejemplo con platos típicos como el
gulash. Qué decir de
Florencia y sus delicias en forma de pasta y vinos, de
Shanghai y sus, por ejemplo, dim sum , el
ramen japonés, de
Agra y su delicioso postre
gulab y de por supuesto cualquier ciudad de
España.
En
Londres en general comen mal, no le dan importancia al comer, a pesar de que la mayoría parece estar todo el santo día picando, y eso se nota. El té es otro cantar, lógicamente..
Así, aterrizamos en
Luton, donde sacamos unos tickets bajo una incesante y fina lluvia que nos llevaron hasta los intestinos de
Londinium como la llamaron los romanos hace unos dos mil años.
Pensamos que esa débil
agüilla quedaría un poco relegada al norte, pero la muy jodida nos acompañó durante los días que estuvimos por la ciudad. La vimos en su forma más débil y fina, en chaparrón, en gotas asesinas y finalmente nos despidió en su forma más sólida, mientras cubría el frío césped de
Sant Jame's Park.
No seré más pesado con el inclemente tiempo, simplemente fue horrible, gris, frío, gélido por momentos, lo que hacía que unido a lo tempranero de sus costumbres por cenar y desaparecer del duro invierno exterior para meterse en pubs y ponerse ciegos de alcoholes, provocó que sobre las 7 de la tarde más de un día nos encontrásemos en la más absoluta soledad paseando ante la abadía de
Westminster con el
Big Ben al fondo. Imagino que cuando rodaron
28 días después y cortaron las calles ese día habían previsto lluvias, porque en caso contrario probablemente tuvieron que hacer frente a una revuelta popular.
Tampoco le hicimos ascos a los pubs, y callejeando nos metimos en alguna que otra taberna típica, con sus interminables variedades cerveceras así como de whiskys cuyo precio allí son bastante menos prohibitivos que por nuestros lares.
Sin duda, la cultura inglesa tiene mucho que ver con estos lugares de reunión, en donde intercambian todo tipo de conversaciones y opiniones hasta bien entrada la noche, noche que cae implacable a eso de las 17:30, convirtiendo las calles en todo un handicap amenazante en función del trayecto que tengas hasta la estación más cercana. Por fortuna hay bastantes, y la red de metro más antigua del mundo, que nos pareció estupenda por cierto, llega a prácticamente todos los rincones de la ciudad.
No estaba previsto, pero nuestra estancia coincidió con la celebración del
Nuevo Año Chino, uno de los más famosos del mundo según leí más tarde, con lo que el lugar era un hervidero de gente y colorido, de farolillos y garitos desde los que salían esos humos tan característicos en restaurantes asiáticos entre dragones saltarines, petardos y gente por doquier, sin duda es de las ciudades en donde más gente he visto por las calles. Como curiosidad, los precios no son muy elevados, con lo que parece ser de los lugares preferidos por los londinenses para comer, con lo que los sitios están literalmente a petar la mayoría de las veces.
Una de las vistas que sin duda más me gustaron fueron las que pudimos disfrutar a última hora de la tarde en las cercanías del
Tower Bridge, con una parte del skyline londinense,
Barad-Dur el edificio
Shard a nuestras espaldas y el omnipresente río
Támesis de base. El cielo estaba cubierto, pero nos dio una pequeña tregua para formar un lienzo encapotado de azul oscuro que ofrecía una estampa preciosa junto a las luces que cubren el famoso puente.
Sin desmerecer las vistas que ofrece la famosa
London Eye, pero su precio de 20 pavos (de los nuestros) resulta un poco excesivo para esos 30 minutos de los cuales 12 son muy fotogénicos si tienes suerte y no hay mucha gente en tu cápsula.
Y como siempre disfrutamos muchísimo caminando por esas callejuelas, algunas con muchísimo encanto a pesar de estar constantemente amenazadas por tiendas
H&M y similares. Casas de todo tipo, edificios con esas chimeneas típicas en las alturas de ladrillo oscuro, claro, rojizo...Parques con árboles cubiertos por el moho verde que dejan una estampa llamativa al fundirse con el omnipresente gris del cielo y el rojo de las cabinas telefónicas y autobuses típicos.
Londres nos ha gustado, aunque el tiempo resultó algo inclemente para nosotros depredadores de la calle y de asimilar ambientes, en general es un lugar con bastante vida y con mucho recoveco que descubrir y disfrutar, una ciudad para visitar en más de una ocasión, quizás hasta el tiempo azote de esa manera por la misma razón, para obligarte a volver.
Why Don't We Do It In The Road - The Beatles