En mi búsqueda de cine accesible para edades tempranas, y tras el gran descubrimiento que supuso Ponyo, lo primero que coordiné a continuación fue una sesión con el bueno de Totoro.
Reconozco que no estaba seguro al 100%, se dan bastantes casos en los que la cinta genera cierto temor en los pequeños. Afortunadamente, Totoro ya está en el top 1 de las pelis preferidas de mis enanas, y yo la mar de contento.
Mi vecino Totoro cuenta la historia de un padre y sus dos hijas que se trasladan a un entorno rural en el Japón de la postguerra para estar cerca de la madre de estas, enferma de tuberculosis y recuperándose en el hospital.
Una premisa así, estoy seguro que echa para atrás a más de uno, pero nada más lejos de la realidad. Totoro destila amor por la naturaleza por los cuatro costados, amor fraternal, fantasía, aventura, imaginación y una sencillez en su planteamiento que muy pocas cintas consiguen. Yo sigo buscando.
Su belleza artística es un disfrute para los sentidos, sus personajes están magníficamente incorporados a un universo que no es ajeno a los dramas de la vida de sus protagonistas, pero que avanza siempre mostrando un punto de optimismo, amor, amistad y magia.
Posee probablemente algunas de las escenas más emblemáticas y bellas del cine de animación, que ya son historia, con una carga emocional fantástica, como el final de la cinta y esos créditos que terminan de cerrar el círculo a nivel narrativo.
Totoro es otro oasis en mitad del ruido como Ponyo, con sus momentos reflexivos, esos paisajes rurales pintados a mano, la magnífica banda sonora compuesta por Joe Hisaishi y la química de sus dos pequeñas protagonistas así como la entrañable fuerza del espíritu del bosque.
Un saludo.
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