Transportados a la Baltimore de la Guerra Fría, mientras Estados Unidos y la antigua URSS siguen empecinados en su carrera espacial, una criatura permanece cautiva en un laboratorio donde se llevan a cabo experimentos ultra secretos.
Elisa, una empleada muda y algo solitaria, comienza a sentir curiosidad por el extraño ser.
Guillermo del Toro encuentra su madurez cinéfila en esta peculiar historia sin dejar de ser fiel a su particular estilo, con leyendas y monstruos ancestrales que en esta ocasión se fusionan con nuestra realidad, como ya sucediera en El Laberinto del Fauno pero a una escala mucho más ambiciosa por todo lo que abarca.
La tremenda belleza visual conseguida aquí solo es comparable con la profundidad y la inmensa calidez que desprende cada fotograma. Únicamente hacen falta unos pocos minutos al inicio, con esa habitación inundada mientras Elisa flota dormida, para caer rendidos al poder del mexicano.
Una fluida delicadeza que acaricia al espectador mientras se zambulle en el día a día de unos personajes que parecen vivir en una época que no les comprende y que no está preparada para albergar su humanidad, mientras se suceden verdaderos homenajes al cine.
Hay tanto en la forma del agua que abruma, por un lado tenemos la crueldad más primaria del ser humano que se cree el ombligo del mundo y escupe a sus hermanos, mientras vive un sueño de puro plástico teniendo la felicidad y el verdadero progreso frente a sus narices, pero con un alma tan en pañales que es incapaz de metabolizar su verdadera naturaleza y comprender su lugar en el mundo.
Por otro lado tenemos una historia de amor impensable, que atraviesa todas las barreras emocionales y los prejuicios para darnos toda una serie de lecciones de amor, de empatía, civismo, superación...
Toda esta potencia visual, narrativa y sensorial quedaría en nada de no ser por el estupendo trabajo de todos y cada uno de los actores que dan forma a esta master peace, desde Elisa y su capacidad de transmitir esas emociones sin articular palabra, hasta ese malvado ser llamado Strickland interpretado por (una vez más) el inconmensurable Michael Shannon, pasando por unos fantásticos secundarios que no se limitan a que la historia fluya, sino que engrandecen todas sus cualidades aportando profundidad, momentos emotivos e incluso humor.
La forma del agua puede pasar por un cuento fantástico, por un drama, por una aventura, por una historia de amor e incluso flirtear con el suspense y el terror.
Por todas estas bondades, solo queda darle las gracias a Guillermo por este viaje, sencillamente magistral.
Un saludo.
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