Tras varios intentos de visitar la antigua
Constantinopla durante el 2014, finalmente surgió la oportunidad allá por septiembre, una oferta irrechazable aunque pillaba ciertamente algunos días festivos claves en Navidades, pero como hay más años que ollas decidimos probar eso de pirarnos con el frío a ver qué tal.
Situada en
Turquía, a unas 3 horas veinte minutos de vuelo desde
Barcelona,
Estambul es un atractivo destino turístico principalmente por la mezcla
Asiática-Europea, pero además de esta particularidad esconde mucho más, en un abanico de posibilidades que hizo que 5 días fueron suficientes para poder hablar con cierta propiedad de los lugares más emblemáticos, pero que dejan esa sensación de querer estar un poco más para poder descubrir nuevos lugares.
Existen varios aeropuertos en
Estambul, aunque el más cercano es el de
Ataturk, a unos 20 minutos del centro (yo creo que es imposible que no haya algo de tráfico, aunque ellos digan que hay días que no) y desde el que tienes varias posibilidades para desplazarte, esto es bus, metro y taxi.
La opción más recomendable es que si tenéis hotel reservado lo comentéis y muy probablemente ellos mismos vayan a buscaros, pero tanto el bus, que sale cada media hora como el metro son opciones muy económicas. Si optáis por el taxi, tocará negociar precio, suerte.
Sobre la moneda, cuando estuvimos allí el cambio era de 2,7/8 liras turcas por euro, siendo los alrededores del
Gran Bazar donde mejor cambio vimos. Hay que evitar cambiar mucha moneda en el aeropuerto pues cobran un 5% de comisión, y en la ciudad no.
Una vez realizado el checking del hotel,
World Heritage, con un trato que rozó en todo momento lo absurdo de lo bueno que fue, con recomendaciones muy muy acertadas tanto de sitios para visitar como para comer y con un gerente de nombre
Yusuf que es un crack en todos los sentidos y que nos hizo sentir como en casa, ofreciéndonos en todo momento té, pastas, mueble bar las 24 horas en habitación, desayuno....nos lanzamos a la jungla.
Para facilitar la jugada, pongo el mapa del "centro" (algo cascado, pero es que le dimos trajín, con una media de 15 kilómetros andados al día cortesía del control al que nos somete
Apple y sus aplicaciones "saludables") para poder hacerse una idea de cómo está situado lo que cuento;
Nuestro hotel estaba situado en ese punto que hay marcado justo a la izquierda del número 15, una ubicación cojonuda en pleno Sultanahmet, a minutos andando de la Mezquita Azul, icono turístico de Estambul.
Ese primer día lo dedicamos a visitar la propia Mezquita Azul, la iglesia de Santa Sofía, las famosas Cisternas Subterráneas y aunque no era el plan, y como somos muy brutos, acabamos pasando por el Mercado de las Especias y caminando hasta el Gran Bazar.
Antes de todo eso, Yusuf nos recomendó pillar una tarjeta recargable para el transporte público, en un kiosko que estaba cerca del hotel y que resultó la opción más económica por lo que pudimos comentar con otros viajeros posteriormente. Por 30 liras (unos 10 euros) tuvimos 20 viajes para utilizar en tranvía (lo que más usamos), bus y ferry.
Los transportes son muy baratos y conviene usarlos sin miedo, pues está bastante bien señalizado y uno se hace rápido con el funcionamiento, Kioto sigue siendo la ciudad más enrevesada que recordamos todavía en este sentido...interminables líneas, horarios, pagar al bajar en lugar de al subir...aah Japón, qué lejos queda.
Cuando nos topamos de bruces con la Blue Mosque, uno no puede evitar emocionarse ante el descomunal trabajo arquitectónico que tiene delante. Una mole de piedra y mármol con infinidad de detalles, cúpulas y los característicos alminares que se pierden en las alturas y que te deja el cuello roto, impresionante.
Para más inri comenzaba una de las 5 oraciones diarias en el que todo se detiene para dar paso al característico cántico y que a nosotros, occidentales no acostumbrados a ese rollo más que en Homeland o películas del estilo, nos deja acongojados en un ambiente casi mágico, estremecedor pero muy bello, claro que con la postal de fondo como para no serlo.
El interior de la mezquita, a pesar de ser bonito, realmente no fue de los que más nos gustó, probablemente si tuviera que quedarme con un interior sería con el de Santa Sofía (a pesar de un feo y enorme andamio que tapaba una buena parte) y con la de Fatih, al oeste del acueducto, esta última con unos tapices interiores muy muy bonitos.
En su parte exterior casi todas las mezquitas son impresionantes y en función de la hora del día que sea y del tiempo, el juego de colores azules, dorados, púrpuras....puede ser brutal, ES brutal.
Un sitio, que no tiene demasiada historia pero resulta muy curioso es la Basilica Cistern, una cueva subterránea a pocos metros de Santa Sofía y que nos mete de lleno como si estuviéramos en un trozo de la película del Señor de los Anillos, concretamente en Minas Tirith y aquella sala de columnas enormes (salvando las distancias CGI claro).
Se trata de un conjunto de canales flanqueados por columnas de estilo jónico y corintio principalmente, con un par de ellas que tienen la particularidad de ser cabezas de Medusa, volteada una y de lado la otra. El sitio realmente merece la pena y el juego de luces sobre las columnas y el agua es muy llamativo. Al parecer hacen conciertos incluso ahí abajo.
Una vez catado nuestro primer kebab, bueno, pero sin destacar demasiado pues lo pillamos algo cerca de la zona turística, nos fuimos hacia el mercado de las especias en la zona de Eminonu, un lugar que está siempre hasta los topes de gente pues es punto de salida de buses, ferrys y mil historias.
Es probablemente el punto de referencia hacia todos los sitios, el sitio donde pararte, sacar la cámara y comenzar a fulminar a base de retratos a todas las etnias del lugar, a los mercaderes del todo, de pan, de tabaco, de pescado. Con el puente de Galata a un costado que atraviesa el conocido como Cuerno de Oro por el color de sus aguas al caer el sol, con la Nueva Mezquita de fondo, los ferrys partiendo, el cántico de oración. Brutal, un lugar en el que explota absolutamente Estambul bajo mi punto de vista para el recién llegado y que conviene visitar más de una vez para adaptarse al lugar.
Dejado atrás el shock y tras un café turco, variedad súper espesa (y buenísima) del expreso, que hay que beber siempre con un vasito de agua que ponen salvo en los lugares a los que no hay que volver y que hay que dejar de beber cuando se percibe el poso, nos metimos en el Mercado de las Especias donde continuó la fiesta de colores, olores, gritos, gente, sabores de todo tipo en forma de dulces, embutidos, principalmente pastrami, el cual compramos en la tienda más caótica que he visto. Un lugar en el que entras, no sabes bien a quién pedir, coges un tupper, se lo das a uno de por allí, le dices los gramos, desaparece, vuelve, te da un ticket, te vas al fondo, pagas, te da otro ticket, se lo das a otro, desaparece, vuelve el primero y te da el tupper. Todo eso en unos 5 metros cuadrados, con la mochila, el gorro, la cámara y por supuesto mucha más gente. Fantástico, como el camarote de los Hermanos Marx.
Emocionados por el ambientazo del lugar decidimos caminar hasta el Gran Bazar (del número 27 al 21 en el mapa) y por lo menos ver algo.
El lugar es enorme, pero sinceramente me esperaba algo más "salvaje", más rollo empedrado, me esperaba una simbiosis entre tienda y cliente parecido al de las Especias pero dando un pasito más y en su lugar me encontré un centro comercial con tiendas a ambos lados del carril, escaparates y algún sitio curioso, pero realmente no lo esperado, aunque también hay que pasar y perderse por las innumerables bifurcaciones, además de un sitio top para el que quiera comprar y regatear objetos típicos.
No lo he dicho, pero en mi opinión es indispensable llevar el GPS del móvil para orientarse. En IOS utilicé una app-guía de Estambul llamada "Ulmon" que permitía marcar los sitios con estrellitas y leer un pequeño comentario de los sitios más destacados, y encima funciona sin conexión de datos una vez la actualizas la primera vez.
Tocaba cenar y nos metimos en un garito llamado Pasazade, cocina otomana de calidad, precios más altos de los típicos puestos turcos pero que sigue siendo muy barato en comparación a lo que nos podría costar aquí cualquier restaurante de esa categoría. El trato exquisito, el humus con carne picada estaba de infarto así como el pescado y los postres muy buenos, una variedad de dulces típicos que sirven para compartir. Acabamos redondos.
Llegamos al hotel y el amigo de recepción flipó bastante con no habernos visto por allí en todo el día ni para echar la siesta. "Dormir es de cobardes". Caímos en cero coma segundos tras 22 horas non stop.
Un saludo.