Tras la tremenda y durísima Shame, Steve McQueen III presenta la historia de Solomon Northup, un ciudadano de color libre de mediados del siglo XIX que vive en Nueva York y que un "buen" día cae en manos de unos traficantes de esclavos que lo trasladan al sur de Estados Unidos.
Basado en un hecho real, McQueen se apoya en el relato original de Solomon para trasladar a la pantalla las calamidades que sufrió el probre hombre por parte de sus distintos dueños.
Es a través de éstos, por los que la historia fluye y se presenta de distintas formas, desde el magnánimo personaje que intenta ser una suerte de Oskar Schindler algo más cobarde, interpretado por Benedict Cumberbatch, hasta un Michael Fassbender en un registro que representa probablemente junto a su protagonista, Chiwetel Ejiofor, el personaje más potente de la historia.
Fassbender representa ese ocaso de los días de esclavitud más salvajes, más desamparados por la ley y donde la vieja usanza de la brutalidad aparece anclada en un pasado decrépito y que se resiste a morir, a pesar de ser cada vez más visto por parte de la gente como de un problema psicológico que azota a una sociedad avergonzada ya de tanta injusticia.
Como historia, no deja de ser lo que muchas veces hemos visto en cintas del género, una lucha continua en cuanto a supervivencia, injusticia, abusos y personajes con sus complejidades típicas, pero donde McQueen da el do de pecho es en el trato, en cómo presenta las escenas, con una fotografía deliciosa, unos primeros planos sobrecogedores y en una combinación magnífica de actores que funcionan a la perfección.
Es de agradecer también, que no recurra a la melodía lacrimógena ni a alargar innecesariamente escenas edulcoradas (aunque hay muy pocas). No se corta en cambio a la hora de mantener escenas durísimas en las que casi dejan sin respiración al espectador.
Mención especial a algunas escenas de silencios en los que se mantiene la mirada del protagonista, sencillamente marcan un tempo increíble y consiguen prolongar la sensación vivida previamente y crear espectación por lo que vendrá.
En unos días en los que se recortan derechos tan fundamentales como el derecho a decidir si se quiere ser madre o no, ver este tipo de cintas hace que uno sienta escalofríos por la poca diferencia en esencia que puede existir entre los dos mundos, dos mundos separados por 164 años.
Pros: La factura técnica es acojonante, la fotografía, los actores, la música...
Contras: A mí personalmente me entra mala leche cuando acabo de ver este tipo de cintas.
Un saludo.
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