El clásico
neo noir dirigido por
Ridley Scott en 1982 resurge de sus cenizas de la mano de uno de los directores más versátiles y mejor valorados en nuestros días,
Denis Villeneuve, autor de obras como
Priosioneros,
Arrival o
Incendies.
Han pasado 30 años desde que finalizó la historia del
Blade Runner Rick Deckard, interpretado por el prolífico
Harrison Ford, mientras huía con
Rachel tras asistir a una de las escenas más emotivas y míticas de la historia del cine, aquella en la que un
replicante se apagaba lentamente recitando melancólicas frases sobre recuerdos que iban a perderse como lágrimas en la lluvia.
Como si el espectador hubiese estado sumido en un sueño, la historia continua pasados todos estos años y nos presenta un mundo en formato gran angular en comparativa con su precuela, masificado y con esa neblina fría y gris, incluidos los característicos y gigantescos neones publicitarios bajo pequeñas reminiscencias que recuerdan a nuestro mundo.
En él siguen pululando mercaderes, buscavidas, borrachos, furcias y personajes de todo tipo que prolongan la ambientación de la cinta de
Scott como si el tiempo no se hubiese detenido en este peculiar y distópico universo.
Tras una pequeña introducción sobre fondo negro en el que se nos relatan algunos acontecimientos destacables sucedidos durante este periodo, la escena inicial ya nos marca el terreno y define el tono general que nos acompañará durante los casi 170 minutazos que dura.
Es en este preciso momento en el que asistimos a una de las primeras novedades, los replicantes han sido perfeccionados por una nueva corporación que asumió el control del legado de la compañía
Tyrell hasta tal nivel, que incluso sirven para cazar a otros de su “especie”.
Este hecho abrirá la puerta a una nueva dimensión filosófica en el universo de la obra de
Phillip K. Dick que servirá para reconducir la historia y para justificar el retorno a esta decadente
Los Ángeles de 2049.
Ryan Gosling es el encargado de llevar el peso del detective
K, un replicante acondicionado para servir a la ley que se topa con un modelo antiguo en busca y captura que debe ser retirado.
A partir de este momento, comenzará a tejerse un puzzle en el que poco a poco se irán descubriendo pesquisas que llevarán al espectador a desgranar este ejercicio de filosofía humano-droide, en un plano evolutivo que va más allá de lo descubierto en la anterior cinta.
De este modo, la secuela recupera el tono de su predecesora, investigaciones con aire noir, las
femme fatale, los contrabandistas de información y la acción seca y contundente, pero añade un estilo narrativo mejor hilvanado y reposado, resultando una historia bastante accesible pero a la vez rica en matices.
A todo ello se le suma su fantástica ambientación, respetando de forma casi insultante a la original e incluso evolucionando, con unos escenarios que a pesar de cierta repetición en alguna que otra ocasión, justificados en cierta medida por su carácter de cine noir, resultan abrumadores, enormes, desoladores, bellos, con un complejo minimalista y sobrio que no hace sino destacar esos pequeños detalles tan retros pero a la vez funcionales, como esas pantallas de escáner que son capaces de ver un número de serie microscópico pero que parecen sacadas de la época del
Commodore.
Por otro lado,
Villeneuve es consciente del peso que supone ofrecer al público unos personajes a la altura del clásico como el mítico
Rutger Hauer, sin olvidar a
Ford.
Para ello, decidió contar con
Golsing, que sencillamente resulta ideal para el papel de
Blade Runner. Implacable, frío, pero con ese punto de humanidad que no se le presupone pero que se le espera.
Junto a él,
Ana de Armas como
Joi acaba por regalarnos una de las relaciones digitales más emotivas de los últimos tiempos, ayudando de manera muy destacable en las distintas evoluciones del personaje de
Gosling.
O
Luv, una
femme fatale replicante a la orden de la corporación
Wallace que no puede retener las lágrimas cada vez que su
core le obliga a realizar una acción que probablemente choca con su cautiva alma.
Todos ellos funcionan a la perfección y combinan de forma casi simbiótica con un universo decadente en el que se vislumbran destellos de moralidad y brutalidad por partes iguales.
En cuanto a su banda sonora, en esta ocasión no tenemos a
Vangelis, pero cabe destacar que
Zimmer y
Benjamin Wallfisch han realizado un trabajo fantástico, sin llegar a ser tan épico como la original pero funcionando a la perfección y resultando atronador en alguna escena, como en esos vuelos sobre
Los Angeles.
Todos estos detalles la convierten bajo mi punto de vista en una de las mejores y más dignas secuelas jamás rodadas, no exenta de fallos, pero creo que las virtudes eclipsan de manera destacable estos aspectos negativos.
Un saludo.