Con la triste noticia de la muerte de Neil
Armstrong nos despedimos de Nueva York después de 8 intensos días.
Te levantas al día siguiente atontado, casi dan ganas de hacer como en las pelis, de forma soñolienta llevarte un pitillo a la boca, pero recuerdas que tú no fumas y además eres de otro país, así que te duchas, almuerzas como los campeones y sales a la jungla. Casi imperceptiblemente te sientes más integrado en la manada y comienzas a moverte de forma más armoniosa por la ciudad.
Así llega la noche de nuevo y la Luna ilumina los cielos en Times Square, aquella en la que el bueno de Armstrong caminó mientras la humanidad miraba los cielos....puedes verla sentado en las famosas escaleras mientras las luces de neón te flashean, viendo pasar a toda esa gente, con bolsas, comida, carritos, modelos imposibles, bicicletas...
De la imperfecta perfección de Nueva York, de
la brillante suciedad de Nueva York, del mundo que es una ciudad.
Nada más pisar suelo americano, lo primero que
sentimos fue un apremiante impulso por llegar a la siguiente acera terrible, es una prisa
contagiosa, en parte porque cada calle es como una escena de esas numerosas
pelis que hemos visto en la maldita tele, la primera que me vino a la mente fue
la imagen de Bruce Willis y su camiseta de tirantes fumando un pitillo
jodidísimo.
Pero antes de llegar a ese cruce frenético, el
cuello automáticamente se dirige a las alturas, los mega paneles luminosos, los
infinitos rascacielos, los anuncios, los vendedores que no parecen vendedores
sino actores de teatro. Músicos, homeless, taxis taxis taxis, humo en
alcantarilla, ese olor a hamburguesa que casi te mantiene alimentado para que
sigas caminando, tráfico, gente gente gente, ruido, batidos...entonces llega el
final del día y todo se transforma en bares musicales, tabernas, neones que
iluminan la noche, Broadway, espectáculo y el todo vale. El dinero corre por
las calles, por las tiendas y por el suelo.
Te levantas al día siguiente atontado, casi dan ganas de hacer como en las pelis, de forma soñolienta llevarte un pitillo a la boca, pero recuerdas que tú no fumas y además eres de otro país, así que te duchas, almuerzas como los campeones y sales a la jungla. Casi imperceptiblemente te sientes más integrado en la manada y comienzas a moverte de forma más armoniosa por la ciudad.
Ejecutivos, parques, ajedrez, refrescos, café
enorme, polis en casi cada esquina, “excuse me, sir”, “sorry” y p'alante.
Recuerdas el Empire, miras de nuevo hacia
arriba y ahí está, dominando en las alturas, y el Chrysler, y el Top of the
Rock...a lo lejos la Zona Cero aguarda silenciosa.
Te giras y ves aquél edificio de Superman,
anuncios gigantescos de la última de Batman, vuelves a girar y te topas con la
Estación Central y la enorme Biblioteca Pública, las calles se presentan
espectaculares y llenas de actividad y el ansia por verlo todo casi te puede.
La vida te hace un zoom sobre los hombros,
enfocas el metro y te paseas entre columnas de metal, suciedad y un rastafari
tocando a Dylan...
De ese caluroso mundo subterráneo puedes
emerger en Central Park y cambiar en tres minutos del frenetismo desmedido a la
calma más absoluta, con algunos rascacielos asomándose entre las copas de los
árboles mientras la gente corre de aquí para allá, atravesando senderos y
puentes de piedra, esos en los que una parte es oscuridad y una figura
indefinida aparece en las pelis amenazante, por fortuna aquí la mayoría eran
simples jardineros.
Puedes emerger en Harlem y entrar en una misa
góspel. Puedes emerger en Brooklyn ante la inmensidad de su puente y su
puerto, mientras una comitiva de helicópteros presidencial aterriza a pocos
metros y todo se llena de coches patrulla, ambulancias y controles. Locura
ostentosa, no va a ser menos “el presi”.
Puedes elegir alguno de sus barrios como el
Soho, Chinatown o Chelsea. Mientras caminas sus calles ves cafés, tiendas,
restaurantes y puestos de perritos por todos lados, todos venden la mejor hamburguesa,
las mejores costillas y su cerveza es la más selecta.
Y también puedes emerger en el World Trade
Center y experimentar cientos de sensaciones sobre los hechos que todos
conocemos. Allí probablemente puedas sentir desde el puritanismo más absoluto,
a la consciencia más bondadosa, a la incomprensión por el grave problema de
violencia armamentística que tiene el país...pero que cada cual opine lo que
quiera, libertad para hacerlo se tiene de sobras.
Antes de que anochezca no hay que olvidarse de
doña Libertad, y contemplarla al atardecer en barco mientras la ciudad se
enciende para lidiar con la noche, en un sinfín de luces y colores que forman
un skyline de otro mundo, inabarcable a pesar de haber podido ver algún otro
como en Shanghái o incluso Tokyo. Cuando crees que todo ha pasado el puente de
Brooklyn y ahora el de Manhattan te dan la estocada con su inmensidad, el
tráfico sobre ellos, el tren nocturno y el “New York, New York” en los
altavoces...y llegas a puerto, entonces recuerdas la peli de Allen y entiendes
por qué decía aquellas palabras sobre su amada ciudad.
Así llega la noche de nuevo y la Luna ilumina los cielos en Times Square, aquella en la que el bueno de Armstrong caminó mientras la humanidad miraba los cielos....puedes verla sentado en las famosas escaleras mientras las luces de neón te flashean, viendo pasar a toda esa gente, con bolsas, comida, carritos, modelos imposibles, bicicletas...
No se puede negar que Nueva York es dólar,
excentricidad, extremos, es una monstruosidad imperfecta, pero también es
perfecta a su manera, es bella y violenta, una gran ciudad que debe digerirse con
calma por parte del extranjero.
“Desde el Mar de la Tranquilidad, la Tierra
colgaba encima de mi”.
Un saludo!